Empezó a pinchar por casualidad, fascinado por lo que veía y escuchaba en los clubes barceloneses de mediados de los noventa, y veinte años después se ha convertido en uno de los DJs más fiables y personales de todo el país. Las sesiones de este profeta ácido mezclan géneros y épocas sin miedo, guiadas por una sensibilidad especial para las cuestiones melódicas y un instinto natural para el baile. Cualidades que también poseen sus producciones y los discos que publica en su propio sello, Factor City.
Cuenta el santanderino Gabriel Berlanga, el tipo que cuando se sube a una cabina se hace llamar Undo, que la música siempre ha formado parte de su vida. Mis padres son grandes aficionados a la música clásica. Es lo que más se escuchaba en casa cuando era niño, junto a los discos de los Beatles, Dylan, Joan Baez o Simon & Garfunkel que ponía mi madre y el flamenco que le gustaba a mi padre. A los ocho años, cuando ya nos habíamos mudado a Cataluña, empecé a dar clases de solfeo y piano. Lo dejé dos años más tarde, hastiado del sistema del conservatorio, y aprendí a tocar la guitarra yo solo. Como muchos de los jóvenes de su generación, dio sus primeros pasos dentro del mundo del pop. Desde el instituto he tocado el bajo, la guitarra y cantado en diferentes bandas. Primero haciendo versiones y luego trabajando un repertorio propio. Así he aprendido casi todo lo que se como intérprete: a improvisar, a componer, a tocar con otros músicos. Es algo que echo de menos.
¿Cómo entraste en contacto con la música electrónica? Tengo entendido que aprendiste a pinchar un poco por casualidad.Mi primer contacto fue a través de la radio, allí descubrí los Max Mix, el Techno Pop o a Kraftwerk. Recuerdo que cuando era niño y veía programas de música en directo sólo me gustaban los grupos que llevaban teclados. A principios de los noventa empecé a escuchar cintas que llegaban de Valencia y de discotecas de Barcelona como Psicódromo. Luego la mákina lo invadió todo y desconecté, hasta que empecé a ir a la Sala del Cel y luego al Nitsa. En 1996 empecé a pinchar porque una pareja de amigos me liaron para comprar unos platos Technics de segunda mano a medias. Ella tenía un local donde montamos el equipo y allí me pasé muchas tardes aprendiendo a mezclar los discos que compraba.
Cuando empezaste a pinchar, la escena de clubes de Barcelona estaba bastante asentada. ¿Cómo era aquella escena en esa época? ¿Era fácil abrirse camino en ella?Yo lo hacía por curiosidad y para divertirme. Me puse como nombre DJ Salad, como un homenaje a las ensaladas, que era como llamábamos a las mezclas desacompasadas. Y me gustó tanto que, junto a un amigo, entré de residente en la discoteca KGB un viernes al mes. Ya me gastaba entonces casi todo mi dinero en discos y tuve otras residencias más cortas en otros locales, mientras trabajaba en la Fnac y terminaba la carrera de derecho. Para conseguirlas no había otra manera que mover las cintas que grababa. De ese modo llegué a pinchar en el Moog, La Boite o Abaixadors 10. Pero era muy difícil abrirse camino.
Empezaste a trabajar en Razzmatazz poco después de su inauguración, y al poco tiempo eras residente y programador de dos de las salas, The Loft y Lo.Li.Ta. ¿Cómo sucedió aquello?Todo sucedió muy rápido entre los años 2001 y 2002, como si se hubieran alineado los astros. Un compañero y amigo de la Fnac me instaló y enseño a utilizar los programas Reason y Cubase, y a los dos meses grabé mi primer maxi, Mirrorball. Poco tiempo después comencé a trabajar de runner y host del Lolita, cuando estaba en el antiguo Nitsa, y esa demo llegó a oídos de Omar, uno de los propietarios del sello Minifunk, que decidió ficharme. Eso me abrió muchas puertas. Como el Lolita no funcionaba, la gente de Sinnamon lo trasladó a la sala 3 de Razzmatazz. La sala 2 se bautizó como The Loft y empezó a programar un house bastante comercial. Yo trabajaba mano a mano con el departamento de programación y les sugerí seguir otra línea. Aceptaron, y entre los años 2003 y 2005 me convertí en el director artístico de las dos salas. Se amplió la plantilla de residentes y fiché también a Victor (Vicknoise) y a Uri (D.A.R.Y.L.).
Mirrorball apareció en el año 2003, y ya allí se reconocían algunos de los elementos que se han convertido en característicos de tu estilo propio: bajos gruesos, ritmos secos, atmósferas envolventes, melodías como eje principal del tema y (a veces) voces de inspiración pop ¿Llegar tan pronto a ese “estilo propio” tiene que ver con todo el bagaje musical que arrastrabas, o es que tenías claro lo que querías hacer desde un principio?Yo lo único que tenía claro era que quería hacer música electrónica de baile. Que me saliera Mirrorball tuvo que ver con mi bagaje musical y mis gustos. Suelo empezar los temas por el bajo y, en muchas ocasiones, se me ocurren melodías de voz.
Aquel EP fue el último que publicó Minifunk antes de desaparecer, así que para el siguiente decidiste montar un sello propio, Factor City ¿La idea del sello existía antes de ese momento, o se precipitó como una manera de dar continuidad a tu carrera una vez que había comenzado?Minufunk cerró porque su distribuidora EFA había quebrado y les dejó una deuda muy grande. Vicknoise iba a editar con ellos y me animó a que montáramos un sello juntos para editar nuestra música y la de otros productores.
Además de ser compañero de cabina en Razzmatazz, Vicknoise también era tu socio a la hora de organizar fiestas y saraos por ahí ¿Qué puedes contarnos de Víctor y de la manera que teníais de trabajar juntos?Víctor me vino a ver al Moog la noche que presentamos Mirrorball. Nos hicimos amigos y empezamos a colaborar en el estudio. Durante un par de años nos volcamos en nuestros temas a medias, que editamos como Undo & Vicknoise en Factor City. Él controlaba más los aspectos técnicos y yo la parte de composición y arreglos. Aprendí mucho con él.
Volviendo a escuchar todos tus discos para la entrevista el primer largo que grabaste, Despacio (2006), me parece demasiado coyuntural y apegado a su época. ¿Qué opinas tú desde la distancia?Creo que me pudieron las prisas. No estaba preparado para hacer un álbum. No me gusta la producción y, sobre todo, es demasiado largo. Grabar un álbum de más de una hora es muy ambicioso, en particular si no te sientes seguro en el estudio.
En esa época, y junto a Regular, Factor City era el sello que mejor reflejaba lo que estaba sucediendo en la escena electrónica de Barcelona. ¿Cómo organizabais los fichajes? ¿Qué os interesaba cuando escuchabais a alguien nuevo?Nuestro primer fichaje fueron Lontano, que también tenían material preparado para Minifunk. Buscábamos música excitante y que nos gustara pinchar, esa era la clave. Por eso fichamos a Sistema y a D.A.R.Y.L.
Factor City era un sello planteado a nivel “internacional” antes que “local”, a diferencia de lo que sucede con muchos sellos españoles. ¿Era consecuencia del tipo de música que publicabais, o era un signo de los tiempos?Fue una consecuencia de editar música de baile. Buscamos desde el principio un distribuidor internacional, firmamos con Neuton y nuestra primera referencia ya salió en todo el mundo. En aquel momento, la música electrónica de baile underground sólo se editaba en vinilo y no tenía fronteras.
¿Cómo afectó, a nivel de sello, el cambio de década, con toda la crisis y problemáticas que trajo consigo la revolución digital? ¿Cómo enfocas el sello en la actualidad?El tsunami digital afectó a todos los sellos y a muchos se los llevó por delante. Pasamos de vender mil copias a doscientas en muy poco tiempo. La aparición de Beatport y otros portales de venta y streaming de música digital han cambiado el negocio para siempre. Nos hemos tenido que adaptar para sobrevivir, y en la actualidad alternamos la edición en vinilo de tiradas cortas con la edición digital. Plataformas como Bandcamp son una gran ayuda para los sellos.
Poco después decidiste dejar Barcelona y mudarte a una casa en el campo, donde has construido un estudio propio. ¿Cómo ha afectado este paso a tu manera de producir música?Mi pareja y yo dejamos Barcelona en 2011 por varias razones. Habíamos tenido a nuestro segundo hijo y la ciudad nos resultaba cada vez más incómoda y cara. Fue una gran decisión y a mí me brindó la calma y tranquilidad que necesito para poder escribir y producir música.
Tu segundo disco, Motas de Polvo (2012), es para mí una imagen perfecta de ese cambio: un disco de naturaleza más ambiental y paisajista.A diferencia del anterior, Motas de polvo fue surgiendo sin prisas, sin intención ni ambición alguna. Después de unos meses disfrutando en el estudio como hacía tiempo que no me sucedía, me di cuenta de que tenía una colección de canciones que funcionaban bien juntas. Y decidí editarlas.
Tus últimas grabaciones, el álbum Disconnect (2016) y el maxi Simbenia (2017), suponen un estupendo retorno a esa electrónica entre el baile y el pop que producías al principio de tu carrera. ¿Tiene esto que ver con tu visión de la vida, más optimista que hace cuatro o cinco años, o es que la coyuntura pedía un disco de este tipo?Tiene que ver con mi estado de ánimo. Y sobre todo con la confianza en el estudio. A veces tienes que dar una vuelta y perderte para volver a encontrar un camino.
Entrando ya en tu faceta de DJ, al ser una persona que comenzó a pinchar en los noventa, tus primeras herramientas fueron los Technics y los vinilos. Desde entonces, hemos ido pasando por todo tipo de CD-Js y por las controladoras de audio. ¿Qué crees que hemos ganado y qué hemos perdido en este proceso?Creo que hemos ganado en accesibilidad, porque las herramientas digitales abren nuevas vías de expresión y ofrecen muchas facilidades a los DJs. Ahora puedes irte de gira con varios pendrives y un ordenador y preparar cada noche una sesión diferente con doscientos temas, organizados por tono o por tempo. Siempre me han gustado las mezclas armónicas y con vinilo eran mucho más complicadas de conseguir, porque al cambiar la velocidad de los temas el tono también se modificaba. Los loops son otra gran herramienta nueva que utilizo. Pero creo que a cambio se ha perdido en autenticidad, en técnica, en conocimiento musical. Ahora se puede ser DJ con mucho menos esfuerzo, y por eso creo que cualquiera que se quiera dedicar a esto debería saber mezclar vinilos.
¿Utilizas algún tipo de tecnología, o sigues fiel a los vinilos?Sigo comprando vinilos y los pincho en salas de Barcelona como Moog o Lolita, dónde sé que la cabina y el sonido estarán en condiciones. Pero cuando viajo, en la mayoría de las ocasiones utilizo archivos wav ordenados con Rekordbox y mezclados con los Pioneer CDj 2000 en modo vinilo.
¿Fabricas edits y remezclas para tu uso personal?Hago edits de temas antiguos o actuales para incorporarlos a mis sesiones. Hoy en día los clubbers ya conocen los temas incluso antes de que salgan. Por eso, es importante llevar cortes que sabes que sólo tienes tú y otros pocos DJs amigos, y que no han sido aireados en podcasts, premieres o vídeos en Youtube.
Al hilo de lo anterior, en un momento como el actual, en el que internet está repleto de podcasts, sesiones enlatadas y videos de todo tipo, ¿qué papel debería jugar el DJ?El papel del DJ está en el contacto directo con el público. Las sesiones enlatadas pierden el feeling del directo, son un “arte efímero» que tiene sentido en un entorno y atmósfera concretos. Es como el teatro, que es un coñazo verlo grabado porque pierde todo el sentido. El DJ tiene que ser un medium entre los productores y el público, alguien que hace disfrutar y bailar a la gente con música que no ha escuchado nunca, y crea una burbuja musical que les atrape y de la que no quieran salir.
Como tú decías antes, la tecnología ha permitido que muchísima gente se atreva a pinchar, muchas veces sin conocimientos de ningún tipo, y provocando casos como el de las celebrities, que están ahí antes por la imagen que por la música. ¿Es esto una (otra) señal de que el mundo se va a la mierda?Si seguimos por ahí el mundo se irá a la mierda seguro. Del DJ lo menos importante es el aspecto. O por lo menos, así debería ser.
Y por abundar un poco más, ¿eres de los que prefieres a un buen selector, o disfrutas más cuando tienes alguien con mucha técnica delante? ¿Puede un recién llegado, con olfato para los buenos temas, ser mejor que alguien que lleva mucho tiempo en el negocio?Creo que ambas cosas deben ir de la mano en un DJ profesional. Buena técnica y buena selección son imprescindibles. Luego entran en escena los gustos personales. Yo disfruto mucho cuando una sesión tiene una buena selección musical y la técnica justa que cuando sucede al contrario.
A todo esto, se publicó un artículo el año pasado que señalaba que la mayoría de los grandes DJs tienen ya más de cuarenta años. ¿Crees que haber tenido que crecer superando todo tipo de adversidades (tanto a nivel técnico como a nivel de locales) os ha curtido de una manera que los jóvenes no pueden entender?Creo que para ser un buen DJ hacen falta muchas horas de sesiones en directo, muchos “warm ups”, un buen conocimiento musical, muchos viajes, sesiones en malas condiciones, festivales. Es una manera de ser solitario y empático a la vez, y para todo eso hace falta tiempo. Pero no hay que perder la espontaneidad, la curiosidad o la capacidad de sorpresa por el camino. Por eso te tienes que divertir.
Para terminar, estoy seguro de que como DJ te habrás dado cuenta de que la actitud de mucha gente ha cambiado a la hora de ir a los clubes. Si antes era una manera de descubrir nueva música, ahora parece que lo único que quieren es escuchar una y otra vez los mismos hits de moda. Tengo la teoría de que es una consecuencia de la sobredosis de información que provocan servicios como Spotify o Youtube, que han convertido a los oyentes en pequeños dictadores. Pues estoy de acuerdo en que antes íbamos a descubrir música nueva y ahora algunos sólo quieren escuchar lo que ya conocen. Pero en ese caso la figura del DJ ya no tendría sentido y con un robot-DJ conectado a Spotify sería suficiente. Nosotros como público decidiremos como será el futuro. Está en nuestros pies.
Entrevista: Vidal Romero
Foto: Luis Catala
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