Si pudiéramos meter en una coctelera la versión más pop de The Velvet Underground, el Gainsbourg de la época Melody Nelson, las bandas sonoras del cine italiano de los setenta y el garaje de los sesenta, el resultado sería bastante parecido a lo que hace Limiñanas, un matrimonio (musical y sentimental) con base en Perpignan. Desde el estudio que tiene montado en casa, esta pareja mezcla todos esos ingredientes, y con ellos destila canciones de alma psicodélica y sonido multicolor, que igual se refugian en una atmósfera ensoñadora y feliz que homenajean algún título de spaguetti western, se pierden en pasajes de aire mediterráneo o se acercan a un post-punk anguloso. Su quinto álbum, The Shadow People (Because Music, 2018), apareció a principios de año, pero ellos ya andan embarcados en un nuevo proyecto junto a la actriz Emmanuelle Seigner, que se presentará en la próxima edición de Convenanza. El hombre de la casa, Lionel Limiñana, explica cómo es vivir con el estudio al lado de la cocina.

 

Marie y tú sois pareja en la vida real. ¿Qué llegó primero, el amor o la música? Cuando nos conocimos ya escuchábamos mucha música. Teníamos dieciséis años (ahora tengo cuarenta y seis), Marie escuchaba punk salvaje y yo a Otis Redding y muchas cosas de los sesenta. Me encantaba Otis Blue y el primer recopilatorio de The Best Of Pebbles, el que tiene la portada de Rudi Protrudi. Poco después empezamos a salir juntos, a ir a conciertos y a tiendas de discos, y la música estaba siempre unida a nuestras vidas. Todavía nos queremos y seguimos escuchando Otis Blue.

Tenéis un estudio en casa, en el que habéis grabado la mayoría de vuestros discos. ¿Cómo es trabajar en un entorno como ese, en el que las fronteras entre vida familiar y creación artística se difuminan? Es muy interesante tener el estudio en casa porque no hay presión temporal, no hay que pensar en disponibilidades ni es necesario hacer planes, así que puedes trabajar con mucha intensidad. También presenta complicaciones, porque puede llegar a aislarte de la vida social, así que es necesario saber decir que el trabajo está acabado: como no pagas facturas de estudio, la tentación de pasar días buscando un sonido muy concreto de bajo o de batería es muy fuerte. Así que hemos aprendido a quedarnos con lo esencial, y eso nos ha permitido grabar los discos que queríamos hacer de la manera en que queríamos hacerlos. Pero tienes razón en cuanto al riesgo de que se mezclen las cosas: en algunas grabaciones se puede escuchar el ruido de la lavadora o a mi hijo llorando.

Siempre he sentido curiosidad por vuestro nombre. ¿Es un homenaje a la marca de anís “Limiñana”? Limiñana es el apellido de mi familia. Mis padres eran pieds-noirs españoles, de la región de Orán en Argelia. Se mudaron a Francia a principios de los sesenta y después a España. Y efectivamente, en el lugar donde crecí siempre había una botella de Anís Limiñana. Más tarde conocimos a la dueña de la fábrica en Francia y nos hicimos muy amigos. Cada vez que vamos a tocar a Marsella quedamos para comer o viene al concierto. Me encanta tomar una copa de este anís, acompañado de unos mejillones en escabeche, tal y como lo hacía mi abuelo cuando yo era niño.

¿Es de ahí de donde proviene el componente español en algunas de vuestras canciones? Todas esas imágenes y referencias, sonidos y hasta títulos de canciones. España es muy importante para mí, pasé todas las vacaciones de niño en Alicante, en el barrio chino, donde vivía mi abuelo Octave, y los recuerdos que tengo son inolvidables. Era una época de mi vida en la que mi familia estaba unida y todos estaban vivos… Me encanta el olor de España, su cocina, la gente, la manera de vivir. Me gustaría tocar mucho más por España, incluso hemos pensado en muchas ocasiones en mudarnos a vivir allí, tal vez en Andalucía. Perpignan está cerca de la frontera, así que solemos bajar con Pascal Comelade a Figueras, sólo para comer algo y comprar discos.

Vuestro primer disco, The Limiñanas (2010), funciona para mí como una carta de presentación. Una colección de canciones, escritas durante varios años, en las que se podían palpar todas las cosas que os inspiran: Velvet Underground, Gainsbourg, las bandas de garaje de los sesenta…  Es exactamente eso. El disco es un poco inconexo porque lo grabamos a lo largo de todo un año, a cachitos. Además, tanto Marie como yo estábamos enfermos por culpa de un virus que habíamos contraído durante un viaje y que nos chupaba toda la energía. Es la razón de que el tempo sea tan lento. A partir de Crystal Anis (2012) nos entraron ganas de contar historias, y decidimos cambiar la manera de trabajar. Crystal Anis habla de la Argelia de mis padres y Costa Blanca (2013) de mi infancia en la España de los años setenta. Malamore (2016) trata sobre una historia de amor frustrada y Shadow People sobre nuestros años en el instituto. Es muy excitante estructurar un disco como si fuera una película; una que nunca podrás rodar por falta de dinero.

Es cierto que Crystal Anis es mucho más coherente, aunque tenga las mismas influencias que el primer disco. Recuerdo haber leído que es una especie de álbum conceptual, acerca de la adopción de vuestro hijo. Como te decía, se trata de un disco repleto de referencias a la Argelia de mis padres, pero también se grabó en el mismo periodo en el que adoptamos a nuestro hijo. Aún así, no creo que se pueda considerar como un disco conceptual, sino como una historia con un principio, un desarrollo y un final. Fue también una época en la que desapareció mucha gente cercana: la madre de Marie, la tía con la que me crié, mi abuela Dolores, todos en el plazo de un año. Por eso el tono del disco es tan oscuro.

A partir de Costa Blanca se produce un cambio definitivo en vuestro sonido. Por supuesto, el gusto por el garaje sigue ahí, pero también aparecen atmósferas y sonidos mediterráneos: instrumentos étnicos, las canciones ye-ye y Europop de los sesenta, Ennio Morricone y las bandas sonoras de serie B… ¿Existía una voluntad premeditada por abrir el paraguas, o era una consecuencia de ser más hábiles en el estudio? Sin duda, habíamos realizado progresos en el estudio. Pero también estábamos viajando mucho, y solíamos comprar instrumentos allá donde fuéramos. Y, siguiendo los pasos de algunos de nuestros héroes, como Francois de Roubaix, Warren Ellis o Beck (en la época del segundo disco de Charlotte Gainsbourg), comenzamos a mezclar bouzoukis y bajos marroquinos con amplificadores Fender Deluxe a válvulas, pedales de fuzz soviéticos y pequeñas percusiones. El resultado era muy mediterráneo, pero de una manera totalmente inconsciente. Lo hicimos todo sin controlar del todo los instrumentos, utilizando sólo una o dos cuerdas, lo que podíamos. En cuanto al cine, nos encanta, y especialmente el italiano, que es casi una obsesión: Érase Una Vez El Oeste, Monstruos De Hoy, La Escapada, Sembrando Ilusiones, Una Jornada Particular, La Armada Brancaleone… Los actores, la música, el sentido del humor, la melancolía, Claudia Cardinale, Sophia Loren, las mujeres más guapas del mundo.

¿Cómo conocisteis a Pascal Comelade? Aparte de ser un viejo favorito de esta casa, es la compañía perfecta para el tipo de música que hace Limiñanas: el espíritu juguetón, la utilización de sonidos mediterráneos, el sentido del humor… Pascal es un viejo amigo, y ya adorábamos su música mucho antes de conocerlo. Hemos hecho bastantes cosas juntos: conciertos en la calle, en el Museo de Arte Moderno de Ceret, en el Teatro de Perpignan, un par de giras por Francia… Compartimos el gusto por la música primitiva africana y el garaje punk de los sesenta, pero también por el cine italiano, las películas de terror de la Hammer y muchas otras cosas. De él hemos aprendido a manejarnos en el negocio de la música, a grabar y montar un disco, a mezclar; creo que si no lo hubiéramos conocido, no existiría Limiñanas. De hecho, fue tras grabar con él cuando Marie y yo nos dimos cuenta de que podíamos tener una banda solos los dos, con poco material y un estudio en casa. Es lo que ha hecho Pascal toda la vida.

En el disco que grabasteis a medias, Traité de guitarres Triolectiques (2015), hay algunas canciones que parecen escritas por Limiñanas y tocadas por Comelade, y otras que parecen de Comelade, pero tocadas por Limiñanas. Fue algo por el estilo. Fuimos a ver a Pascal a su casa, él nos hizo escuchar melodías y después le pusimos algunas maquetas nuestras. Hicimos una selección mientras tomábamos café y nos pusimos a grabar. Primero montamos un estudio en su casa, para grabar pianos, juguetes y otros instrumentos, y después nos fuimos a la nuestra, para las guitarras eléctricas, los órganos y las percusiones. Fue todo muy rápido.

Vuestro último disco, Shadow People, tiene un sonido más cálido y brillante de lo que es habitual en vosotros. ¿Hay algún tipo de arco conceptual, o es sólo que atravesáis un momento feliz? Como te comentaba, es un disco que trata sobre nuestra adolescencia, que es un periodo muy importante para todo el mundo. En el colegio conocimos a muchos amigos que todavía lo son. Es también la época en la que empezamos a tocar, a ir a conciertos, a pasar el tiempo en librerías y tiendas de discos. Pero no creo que fuera el periodo más feliz de nuestras vidas, en muchos aspectos podía ser bastante oscuro. El periodo que prefiero es el actual, ahora mismo.

Se trata del primer disco que grabáis en estudios profesionales, A Secret Location en Melbourne y Cobra Studios en Berlín. ¿Qué podían añadir tipos como Paul Maybury y Anton Newcombe a un sonido tan particular como el vuestro? En los dos casos nos conocimos por casualidad. Tocamos en Melbourne con la banda de Paul, The Pink Tiles, y fue una auténtica revelación, me encantaron las voces de las chicas. Y me gustó aún más el estudio de Paul, un hangar a las afueras de la ciudad que es como un pequeño paraíso repleto de material antiguo: instrumentos, consolas, máquinas de cinta, todo lo que puedas soñar. En cuanto a Anton, trabajar con él era un viejo sueño por nuestra parte, pero jamás nos habríamos imaginado que sería él quien se ofreciera. Juntar todas las piezas fue un poco complicado, porque teníamos las pistas que habíamos grabado en casa, los coros y arreglos que nos mandaba Paul por internet y las cosas que hicimos en Berlín. Pero el ingeniero de Anton, Andrea Wright, que ha trabajado con un montón de bandas inglesas, como Echo And The Bunnymen, consiguió que todas las piezas encajaran. Adoro a ese tipo.

Es también la segunda vez que colaboráis con Peter Hook. ¿Cómo surgió esta relación? Reconozco que con Peter provocamos el encuentro. Marie y yo éramos fans de Joy Division y de los primeros discos de New Order desde siempre, así que cuando firmamos con Because Music le pedimos a nuestro editor, Michel Duval, que nos lo presentara. Michel es la persona que organizó el mítico concierto de Joy Division con William Burroughs en Bruselas a principios de los ochenta; le enviamos un par de maquetas a Peter a través de él, y se ofreció a grabar los bajos.

Este año tocaréis en Convenanza, el festival que organiza Andrew Weatherall. Es un concierto particular, porque tocáis con Pascal Comelade y la actriz Emmanuelle Seigner. ¿Se trata de una colaboración puntual, o existe algún nuevo proyecto en marcha? Tenemos un proyecto nuevo, con Emmanuelle y Anton Newcombe, que se llama l épée. Se trata de una mezcla de influencias francesas de los sesenta con gitarras tipo Stooges, efectos de wah wah y mucho fuzz. Hay un maxi grabado, que saldrá en A Recordings a finales de año, y un álbum para 2019.

Es la segunda vez que tocáis en Convenanza, algo poco habitual para sus estándares. ¿Qué nos puedes contar del festival? Es uno de los mejores festivales que conozco, tanto por la gente como por el lugar en el que se hace y la música que suena, en la que hay electrónica, pop, trance y cosas étnicas. El espacio es bastante reducido, con lo que es fácil encontrarse con amigos y conocidos, y eso ayuda a que la atmósfera sea fantástica.

www.theliminanas.com

Entrevista: Vidal Romero
Foto: A. Crane

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