En estos tiempos de eventos masivos, con centenares de bandas en su cartel y decenas de escenarios funcionando al mismo tiempo, el festival Convenanza aparece en el horizonte como una rara avis, una tabla a la que aferrarse en medio de un océano de saturación. Un único escenario, una cuidada selección de artistas por parte de Andrew Weatherall que dan pie a un cartel conciso y atractivo, un marco incomparable (el Château Comtal de Carcassonne), excelentes servicios (un somelier se hace cargo de la selección de los vinos, todos de la zona, y un chef con estrella Michelin diseña el menú) dan lugar a algo más que una serie de conciertos: una experiencia única, celebración y disfrute de la música, un ritual pagano en el que se puede escuchar de la mejor música del planeta y que, como dice uno de los leitmotiv del festival “convierte a los oyentes en creyentes”. La quinta edición se celebró los días 21 y 22 de septiembre y, evidentemente, OCIMAG no podíamos faltar a la cita. Como cada año, revivimos la magia que surge entre la buena música, el buen público y Andrew Weatherall y todo su equipo.
Jueves 20 de septiembre, acaba mi jornada laboral, cierro el portátil, salgo de la oficina y me dirijo hacia la estación de Sants de Barcelona. Allí me encuentro con unas amigas con el mismo objetivo en mente: el encantador festival Convenanza, que tras mudar temporalmente su sede el año pasado, vuelve a su localización habitual, la encantadora Cité medieval de Carcassonne. Pretendemos llegar a la fiesta de presentación sin agobios ni prisas, así que nos olvidamos del coche, confiándonos a la velocidad del ave que une la Ciudad Condal con la población francesa de la mano de Renfe-Sncf. Cómodamente sentados en nuestras butacas repasamos horarios, charlamos, planeamos excursiones por la ciudad, mientras nos quedamos ensimismados viendo a través de las ventanas atardecer sobre las lagunas costeras del sudeste francés. Aunque no nos da tiempo a embelesarnos demasiado, en apenas dos horas y media llegamos a la estación de Carcasonne, justo a tiempo para dejar las maletas en el hotel y dirigirnos hacia el Bloc G, hotel, restaurante, bar à Vins, centro de reunión en definitiva, delante del cual se reúnen habituales del festival saludándose y abrazándose, poniéndose al día de sus historias personales, haciendo flotar en el aire esa sensación de comunidad que fluirá durante todo el fin de semana («Convenanza es una gran familia», me decía días antes un conocido asiduo al evento), mientras Wild Women & the Savages suenan en el escenario improvisado en la terraza del local. Empezamos la andadura en el festival con el mejor punk rock alternativo que se está haciendo actualmente, y que ya dejaba entender el nivel musical que íbamos a escuchar en el castillo.
Viernes, comienza el Convenanza. Tras haber aprovechado la mañana visitando la ciudad medieval entramos dentro del patio del castillo, localización del festival donde, a pesar de haber vendido todas las entradas, hay espacio suficiente para disfrutar de los conciertos sin aglomeraciones. Un único escenario y todo el patio interior del castillo para nuestro disfrute, maravillosos puestos de comida y bebida incluidos.
En el escenario Andy Weatherall comienza a caldear el ambiente con una sesión de Music’s not for everyone, programa radiofónico (actualmente lo pueden escuchar vía web en nts radio) en el que Weatherall muestra su afán por descubrir nueva música y desenterrar joyas ocultas (no en vano más de uno de los músicos que han pasado por el evento sonaron primero en el programa de radio). Weatherall es la piedra angular del festival, impulsor, selector del cartel, presencia absoluta, encargado de abrir y cerrar cada día las actuaciones (Music’s not for everyone abre cada día, A Love from outer space, su proyecto con Sean Johnston, cierra el viernes, él en solitario lo hace el sábado) por otro lado Bernie Fabre deviene el brazo ejecutor, el encargado de mantener en marcha toda la maquinaria y hacer que todo funcione bien. Llega la primera actuación, el misterio y la bruma se despliega sobre el escenario con Komodo Kolektif, que nos trasladan al interior de los bosques de Borneo, agazapados tras un árbol escuchando la lejana música de poblados perdidos entre la maleza en un día lluvioso. La fusión de instrumentos propios del gamelan indonesio, sintetizadores vintage y theremines del colectivo ¡escocés! deviene en un viaje hipnótico y repetitivo, cual derviches girando en el interior de la jungla.
Tras el viaje místico llega la explosión sónica con The Limiñanas. Acompañados por el genio de Pascal Comelade y la voz de Emmanuelle Seigner, los de Perpignan desplegan toda la intensidad de su rock psicodélico preñado de pop francés de los sesenta, ecos de Serge Gainsbourg y mucho garage. Comienzan en tromba, derrochando intensidad, y consiguen algo al alcance de muy pocos, mantenerla de forma constante durante toda la actuación. Material tienen de sobras: Istambul is sleepy, Malamore, The gift, Shadow people, Dimanche, todas ellas adquieren mayor fuerza si cabe sobre el escenario, apoyadas en una banda solvente y en la sugerente entonación de los temas, siempre oscilando entre la canción tradicional y el spoken word. Las versiones de Can (Mother Sky) y Them (Gloria) y los temas del álbum conjunto con Comelade (One of us, one of us, one of us..) completaron una deslumbrante actuación.
Después de la actuación de The Limiñanas -sin duda de las que más nos ha gustado de esta edición-, llegó el turno de ver al dúo artífice del festival: Alfos, A Love From Outer Space. Está claro que entre Andrew Weatherall y Sean Johnston existe una conexión que va más allá de la música, y que hace que el resultado de sus sesiones sea sorprendente cada vez: música más de club en la que no faltó el buen house, techno de bpm’s más relajados, y una selección de temas con toques disco y synth wave, también krautrock de pista, todo cocinado con el toque Alfos. A nuestro parecer ha sido la mejor sesión de ambos en todas las ediciones del festival.
Al día siguiente, tras una sesión más larga de lo habitual de Music’s not for everyone ante la incomparecencia de la primera banda programada (todavía nos preguntamos, ¿dónde están Otto?, hemos vuelto con ese misterio por resolver), Die Wilde Jagd toman el escenario para sumergirnos en una espiral de riffs concéntricos y precisas percusiones que dan forma a una amalgama de krautrock planeador y electrónica bailable, una experiencia lisérgica de principio a fin. Su personalidad y sus ritmos oscuros se apoderaron del escenario y de todo el público.
Más tarde llega el turno de Kuniyuki, el japonés es un todoterreno con una gran debilidad por la música de baile y la improvisación. Empieza su actuación de forma experimental, sampleando el sonido del agua de una botella de plástico y de unas campanillas, jugando con loops, mutando primero hacia sonidos más cercanos al house para, algo más avanzada la noche, flirtear con el techno y acabar finalizando zambulléndose en el dance, voces africanas y samplers de flauta y del público incluido.
Acaba la fiesta tal y cómo empezó, de la mano de Weatherall, que alargó la noche (más de una vez intentamos marchar a dormir pero el siguiente tema nos atrapaba, obligándonos a permanecer en el interior del castillo un rato más) a base house, funk, techno y toneladas de buena música.
Para despedir el festival no podíamos faltar tampoco a la fiesta que el sello Höga Nord -uno de los sellos que está produciendo los mejores discos de coleccionista actualmente- organizó el domingo durante el día y hasta la noche en el Bar Le Vins, de la ciudad Medieval: y es que la música que escuchas en sus fiestas no la escuchas en ninguna parte. Así, pudimos disfrutar de sesiones como la de Justin Taylor, enfocada más a la música disco; el capo del sello Mathias Nilsson que nos deleitó incluso con joyas disco turcas de los 70/80, y la impecable y mágica sesión de uno de los representantes de Finitribe, Davie Miller. Sin duda, musicalmente, una fiesta increíble.
Al día siguiente, sentados cómodamente en el tren de vuelta a casa, rememorábamos las actuaciones, las personas, el ambiente, conjurándonos para volver a encontrarnos todos el siguiente año en esta gran celebración de la música que es Convenanza. El festival de Andrew Weatherall es de los pocos festivales en todo el globo terráqueo que ofrece mucho más que buena música, vanguardia y excelente comida… Una vez has pisado el festival y el castillo de Carcassone, te será imposible no regresar. La magia está servida.
Texto: Javier Burgueño, Sandra Montosa
Foto: Philippe Levy, Laurent Vilarem
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