“Tu idea de la fidelidad es no tener a dos hombres en la cama al mismo tiempo”, le decía, entre otras lindezas, Dirk Bogarde a la deslumbrante Julie Christie en un momento mítico de la no menos mítica Darling (1965), película capital del Swinging London que aparece anunciada en el cine de Última noche en el Soho.
Obviamente, nada más lejos de la casualidad, hay no pocos paralelismos entre la Diana a la que daba vida Julie Christie, que levantó Oscar por el papel, y la despampanante starlette a la que pone cuerpo Anya Taylor-Joy en la película que nos ocupa. Ambas quieren llegar a la cima, y están dispuestas a todo para poder conseguirlo, sin saber que su ambición les pasará factura.
Última noche en el soho, un juego de espejos
El cínico de Laurence Harvey del clásico de John Schlesinger también dialoga con el Matt Smith del filme de Wright. Aunque el grado de escarnio de las chicas será mucho más distinto. Dos le acabará pareciendo un número ridículo a la Sandie de Taylor-Joy. Mientras que la Diana de Darling solo descubrirá que, tras pasear su descarado ennui por las calles de Londres, le toca acabar haciendo de florero para José Luis de Vilallonga.
Puestos a trenzar paralelismos, el director de la famosa Trilogía del Cornetto prefiere construir su película como un arriesgado juego de espejos entre Sandie y Eloise, una chica provinciana de la actualidad, pero enamorada de los 60, encarnada por la deliberadamente sosa Thomasin McKenzie.
El salto temporal nos permite observar el pasado con las gafas del MeToo –si Diana parecía empoderada, Sandie es una víctima–. Pero ese delicado equilibrio entre presente y pasado no siempre funciona, y puede incluso resultar cargante. Prueba de ello es que el mejor momento musical, pese a la lluvia de hits sixties, corre a cargo de Happy House, de Siouxie and The Banshees.
Al final, sin embargo, el balance es positivo, y Diana Rigg, otro icono de los 60 a quien la película va dedicada, se despide a lo grande, con un personaje decididamente imborrable.
Texto: Philipp Engel
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