Desde el primer momento que la Warner Bros anunciara hace más de un año la secuela de esa obra maestra de la ciencia ficción y el neo-noir que es Blade Runner (Ridley Scott, 1982), se supo que la historia iba a traer una cola tan larga como la del cometa Halley. Antes de llegar a los cines, y tras estrenarse en estos. El caso es que, visto lo visto -por fin lo hice, en 4K y en un cine barcelonés para quitarse el sombrero- tanto el diseño de producción, su banda sonora, la dirección de un cada vez más talentoso y envalentonado Denis Villeneuve (Sicario, Prisoners), la elección del para muchos inexpresivo Ryan Gosling como nuevo blade runner… y como no, la presencia años después de Harrison Ford como Deckard, son para dar palmaditas en la espalda en vez de cates en la nuca. Blade Runner 2049 es de notable alto, una preciosidad merecedora de ser zampada en el cine con un sonido bárbaro y un pantallón delante de tus ojos como dios manda. Escribo estas líneas mientras me arrodillo e inclino ante Roger Deakins (fotografía) y Hans Zimmer / Benjamin Wallfisch (compositores esta vez de la música original).
Desde el minuto uno, que se nos pone al día sobre los ‘replicantes’ y su suerte, se denota cariño y respeto por la cinta original. Recordar a aquel que no lo sepa, que la nueva historia transcurre 30 años después de los acontecimientos acaecidos en la Blade Runner de 1982. El agente “K”, un caza-replicantes del Departamento de Policía de Los Ángeles interpretado por Gosling, no tardará mucho en hacer acto de presencia. Se las verá con el gigantón granjero Sapper Morton (Dave Bautista), ahí, y con una sopa de ajo haciéndose a fuego lento, lo dejo. Esa misma granja solitaria donde aterriza se convertirá luego en un lugar inquietante donde se haya enterrado un importante secreto, uno muy valioso que dará lugar a una intensa investigación. Con este arranque percibiremos como la película va a estar bañada de secuencias pausadas que en muchas ocasiones acabarán gradualmente en escenas con bastante acción. Aunque no me puse a marcar crucecitas en la butaca del cine, conté unos cuantos más meneos que en su predecesora.
Es importante no olvidar que el guión corre a cargo de Hampton Fancher, co-guionista del film original, y Michael Green, todo basado a su vez en una idea concebida por el propio Fancher y Ridley Scott. Dicho queda. No estuve en esa reunión, ya me hubiese gustado, aunque hubiese sido a modo de bolígrafo tirado en la mesa, pero me apuesto la barba a que fue algo así como “oye Michael, ¿y si hacemos pensar al público con la posibilidad de que una fémina replicante llegase a quedar embarazada en algún momento del pasado?”, algo a priori imposible. El caso es que gracias a esa posibilidad puesta sobre el tapete es cuando el argumento comienza a virar en no una mera caza de ‘androides non gratos’. “K” es, como no, a quien se le encarga seguir la pista de un niño y destruir toda evidencia relacionada con él, esto le lleva a descubrir que éste está vinculado al desaparecido Deckard.
Comentar que el pulso narrativo de Blade Runner 2049 roza por momentos aquella atmósfera bucólica y viciada que todos amamos en su momento. Eso sí, las nuevas posibilidades técnicas se notan, para lo bueno -la lírica en esa ciudad desierta y rojiza, ese regreso a un futuro plagado de hologramas en una urbe húmeda y casi intransitable, etc.- ¿y para lo malo? Realmente todo lo visual posee una factura impecable, el único ‘pero’ que le pondría a tanta excelencia es que en mi humilde opinión se descuida u omite directamente, la opción de disfrutar pensando. Yo no percibí esta vez temores o dilemas existenciales bien traídos sobre la libertad o la inmortalidad. Aunque Jared Leto lo borda como villano y sus diálogos a medida que te detienes a escucharlos son sustanciales -menos trascendente la letal Luv– eché de menos según transcurrían los minutos, las horas, un ente como Roy Batty, si, ese chulazo de ángel vengador tan bien interpretado por el holandés Rutger Hauer, con el que llegué a empatizar en mis años mozos. Por otra parte, hubiese estado grandioso que hubiesen exprimido un poco más la sí presencia de Gaf (Edward James Olmos) y el inesperado cameo de Rachel gracias a John Nelson, el supervisor de los efectos especiales, de quien, refiriéndose a este reto, llegué a leer «una cosa es hacer que un doble digital parezca real y otra que actúe».
Con las aproximaciones que ya he hecho, y teniendo en cuenta que no quiero acribillaros a spoilers (repito, mi sana intención es que la podáis disfrutar a lo grande) os habréis coscado ya que la secuela no alcanzará la distinción de mito por su profundidad e historia, sí por su solidez visual y musical (ojo, que no pienso ponerme a hacer comparativas con aquella joya imprescindible compuesta en su día por uno de mis grandes influencias como músico, Vangelis, no acabaríamos jamás). La sombra es larga, además, han pasado un porrón de años y no nos han querido descifrar aún si “los androides sueñan con ovejas eléctricas”. A todo esto, ¿es finalmente el pacífico perro que acompaña Deckard un ser artificial? Reconozco que ese perrete pachón de pelo oscuro sí que me hizo pensar horas después de vista la película. Más aún cuando recordé que en el test de empatía (prueba de Voight-Kampff propuesta desde siempre por el novelista Philip K. Dick y donde se comprueba si uno es humano o androide) una de las preguntas va sobre ¡comer platos de perros cocidos! Me consta, tristemente, que vietnamitas, coreanos, tahitianos… si se les preguntara nos dirían que sí, que los tienen incluidos en su menú, ¿son todos ellos por esto replicantes? ¿Sabrán la mayoría de ellos de la existencia de una película llamada Blade Runner? ¿Y qué tiene ahora una más que digna y elogiable secuela? ¡Ay madre, qué cosas!
Texto: Bruno Garca
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