Para su 5ª edición los organizadores del Lapsus Festival apostaron por modificar una vez más el formato del festival y desdoblar su propuesta en dos días asimétricos: una primera jornada inaugural llena intención y significado y una maratoniana segunda jornada llena de propuestas avanzadas en la línea de ediciones anteriores. Además, ambas jornadas coronadas por sesiones de DJs en la sala Laut, donde los Lapsus dirigen la programación el resto del año.
Así, los tres artistas designados para la sesión inaugural representaban el ambicioso espectro que los organizadores pretenden abarcar y significaban su compromiso, al mismo tiempo, con los pioneros, con la «tradición» (si es que esa palabra tiene sentido en el entorno electrónico) y con la más rabiosa (nunca mejor dicho) actualidad. Las leyendas Hans-Joachim Roedelius y Craig Leon, representaban, desde enfoques muy divergentes, el respeto debido a los pioneros y además, conjugaban, especialmente en el caso de Leon, la pretensión del festival de poner al alcance del público (o al menos, de su público) a personajes que han quedado, injustamente, a la sombra de la historia.
Casi no hace falta presentar a Hans-Joachim Roedelius. Nacido en Berlín en 1934, es sin duda uno de los fundadores de la música electrónica popular contemporánea tal como la conocemos en la actualidad gracias a su participación en proyectos de tanta enjundia como Cluster, Kluster o Harmonia y a sus colaboraciones con luminarias como Brian Eno o la crema de la alta sociedad electrónica alemana a la que pertenece por derecho: Holger Czukay (Can), Michael Rother (Kraftwerk, Neu!), Peter Baumann (Tangerine Dream) o Dieter Moebius.
Poco amigo de regodearse en logros pasados, el berlinés (ahora residente en Viena) presentó su último proyecto In This Instant / En Este Instante prologado por el músico ambientalista barcelonés Antoni Robert, quien leyó en castellano un necesario texto introductorio del propio Roedelius. Con esa contextualización previa que aunaba recuerdos de los bombardeos sobre Berlín de la Segunda Guerra Mundial, la dura posguerra y los años de juventud en la RDA hasta su huida para evitar el alistamiento en el ejército se entendía mejor el devenir ambiental con retazos de ópera, ruidismo, melodías al piano, tañidos metálicos de sonoridad oriental, disonancias y graves acordes improvisados sobre una leve base cíclica sobre la que Roedelius («bien entrado en mis ochenta años» como rezaba la intro) deambuló con aparente fragilidad, pero sin despistes mayores para rememorar unas vivencias llenas de caos, privaciones y clandestinidad que, según él mismo sostiene, le ayudaron a forjarse una filosofía propia que, aseguró, le permitió centrarse primero en sus estudios de Medicina y después plasmar sus inquietudes artísticas: experimentando el momento, viviendo el instante sin tener en cuenta el pasado.
Más allá del contenido estrictamente musical, interesante, pero no rompedor, fue un placer ver y apreciar, gracias a la pantalla gigante, a Roedelius todavía defenderse sobre el escenario con un discurso sólido y coherente, manejando laptops, tablets y varios teclados sin alardes, pero con aplomo, construyendo y rectificando su discurso en riguroso directo. Sin duda, un auténtico privilegio.
Lo mismo puede decirse respecto al estadounidense Craig Leon que está recogiendo con más de treinta años de retraso el merecidísimo reconocimiento que merece su obra, a la vez tan visionaria como desconocida. Respetadísimo en su papel como productor del punk y la New Wave neoyorquina (de The Ramones a Talking Heads, pasando por Blondie y Suicide) que le llevó posteriormente como un héroe al Reino Unido donde produjo, por ejemplo, nada menos que tres de los mejores discos de The Fall: Extricate (Phonogram, 1990), Shift-Work (Phonogram, 1991) y Code: Selfish (Phonogram, 1992) antes de centrarse prácticamente exclusivamente en grabaciones de música clásica para Luciano Pavarotti, Joshua Bell o Sir James Galway. Nommos (Takoma, 1981), su disco de debut, es todavía hoy un LP vibrante, que aúna tribalismo (ya desde la portada dedicada a la cultura africana Dogón), sonidos proto-industriales y minimalismo para generar un severo efecto hipnótico y alienante que ha sido reivindicado por gente tan dispar como Matt Werth, propietario del sello RVNGIntl. que reeditó conjuntamente Nommos y su secuela melódica Visiting (Enigma, 1982) como Anthology of Interplanetary Folk Music Vol. 1: Nommos / Visiting (RVNGIntl., 2014); Dan Deacon o el productor británico Pete Swanson.
Aunque la dispersión del público y la falta de unas proyecciones que facilitaran la concentración impidieron que el directo reprodujera ese efecto hipnótico, Leon como siempre acompañado sobre el escenario por su esposa, la cantante, compositora y productora Cassell Webb (voz, laptop), se mostró exultante y más que satisfecho por su performance. No era para menos. Los seis hipnóticos minutos de «Nommo» y la aguda y etérea voz de Webb filtrándose como contrapunto a los angulosos acordes y redobles de «Four Eyes To See The Afterlife» formaron parte sin duda de los highlights del festival.
Como propina, lógica ya que «Nommos» apenas dura treinta y seis minutos, Leon nos obsequió con la premiere de «Kanon» su nuevo LP que se publicará en también en RVNGIntl. a lo largo de 2018. Más contemplativo y menos percutivo que «Nommos», «Kanon» deslumbró al inicio cuando, quizás accidentalmente, la sala quedó momentáneamente a oscuras, únicamente iluminada por los móviles de los asistentes creando un ambiente misterioso y algo amenazador muy acorde con la propuesta de Leon. Cuando la luz volvió, una cierta dispersión se apoderó del final del concierto, dejándonos una sensación agridulce.
Ese final excesivamente lánguido sirvió de poderoso contraste a la propuesta de N.M.O., el proyecto del percusionista y productor noruego Morten Joh (Morten J. Olsen en su pasaporte) y del barcelonés Rubén Patiño, actualmente artista residente en el centro de creación barcelonés Hangar. Con los instrumentos, portátil, sintetizadores y percusiones, situados en la platea entre el público y con la sala totalmente a oscuras salvo por los fogonazos estroboscópicos, N.M.O. confirmaron lo amenazador de su proyecto a medio camino entre la performance nihilista y la rave más descacharrada. A mi juicio, a los tremendos y breves pildorazos sónico-rítmicos del dúo les faltó la necesaria continuidad para pasar de la sorpresa a la seducción y convertir el ataque sónico en fiesta y baile para evitar dejar al público, al mismo tiempo, aterrado, intrigado y aturdido.
Después de una jornada tan densa, la tensión acumulada se desparramó en la sala Laut, donde los jovencísimos DJs portugueses del colectivo Príncipe Discos, Lilocox y NinOo dejaron muestra de su enorme capacidad para mezclar ritmos e influencias anglosajonas y africanas a velocidad de vértigo. Texto: Half Nelson.
El sábado llegó cargado de nuevos valores y más de un peso pesado para sumergirnos durante más de doce horas en un mar de de nuevas sensaciones y creatividad a raudales. Me lo habían avisado por activa y por pasiva: «llega a primera hora, no te puedes perder el show de Renick Bell«. Músicos, periodistas, melómanos varios, todos estaban de acuerdo en que una de las actuaciones más interesantes del día era la que daba el pistoletazo de salida en el teatro del CCCB. El chico apadrinado por Lee Gamble (editó el debut de Bell, Empty Lake E.P., en su sello UIQ) se dedica a la composición algorítmica y la improvisación, y a la hora de plasmarlo en directo (ver a un tipo tecleando un portatil a priori no parece muy atrayente, ¿verdad?) la solución es mínimal a la vez que visualmente muy atractiva, proyectando sobre el escenario las líneas de código con las que alimenta el programa y su resultado (una «algorave», según los entendidos de la materia, si quieren tener una idea echen un vistazo a este vídeo del propio Bell www.youtube.com/watch?v=8LR-AvsRQEs). Glitches, software generativo y lineas de código proyectadas.. suena apasionante, y, no lo duden, lo fue.
RRUCCULLA también prometía, y cumplió sobradamente, su música nos puede recordar por momentos a muchas cosas (Battles, Four Tet..) pero también tiene una personalidad propia muy marcada y un magnífico futuro por delante. Gacha Bakradze por su parte quisó abarcar tanto que al final más de uno acabó perdido; reinventarse es bueno, pero si lo haces demasiadas veces en una actuación corres el riesgo de dejarte al público en el camino. Photay tiró de percursión para celebrar su amor por la poliritmia, el sampleo y las grabaciones de campo hasta llevarnos a D’Arcangelo, que combinando material de los 90 y moderno tiraron de experiencia para dibujar muchas caras de satisfacción por la sala.
La propuesta de Deena Abdelwahed comenzó por todo lo alto, footwork arábigo, ritmos oscuros y malrolleros, pero con el paso del los minutos se decantó hacia unos ritmos menos asfixiantes y dio más protagonismo a su voz. Habrá que esuchar con detenimiento hacia dónde van los nuevos temas, pero un servidor de momento se sigue quedando con el magnífico Klabb – EP.
Al igual que hizo con la publicación de Mnestic Pressure, el incómodo directo de Lee Gamble desconcertó a gran parte del público, del ambient al jungle pasando por el IDM (y mil cosas más, todas pasadas por la batidora Gamble, aquí no hay purezas que valgan) y dejándonos medio ciegos por el camino (esas descargas estroboscópicas), Gamble provocó que su actuación fuera una de las más comentadas y discutidas en los corrillos del exterior del teatro.
Philip Sherburne y Tutu cerraron las actuaciones en el teatro en formato b2b mientras que en el LAUT la noche seguía adelante con el showcase de Whities, con Minor Science y Tasker a los platos, pero un servidor se vió obligado, cosas de la paternidad, a hacer el after party en un hospital infantil debido a una fiebrada considerable, pero como diría Ende «esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión». (Texto: Javier Burgueño).
Textos: Half Nelson, Javier Burgueño
Foto: Pablo Conejo
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