Se podría decir que el arte, en todas sus vertientes es secretamente la intención de atrapar el tiempo. La vida, el paso de los años, meses, días y minutos, es fugaz y sólo el arte redime al ser humano de desaparecer con él. Crear algo perdurable, algo repetible y disfrutable o por el contrario algo cuya naturaleza haga desaparecer el peso del tic tac del reloj, es la última intención del artista. Y parece ser que Richard Linklater ha querido en Boyhood exactamente eso: atrapar el tiempo, la misma vida.
Boyhood empezó a rodarse en octubre de 2002 como un proyecto/experimento: el rodaje del film duraría 12 años. Se haría con los mismos actores que quedarían una semana al año para grabar. Y se trabajaría, a la postre, con un guión cambiante y que evolucionaría con la visión y crecimiento de los que en el proyecto participaban. La película narra el crecimiento de Mason (interpretado por Ellar Coltrane), un niño de seis años cuando arranca la película, y que acaba de entrar en la universidad cuando termina. Pero es mucho más que eso.
Más allá de la particularidad cinéfila de la propuesta, Boyhood es un film profundamente humano, que habla del paso del tiempo sobre los seres humanos, sobre las familias y los niños. Así, Linklater aprovecha la premisa experimental para reflexionar sobre como crecemos por dentro, que es lo que nos hace ser como somos, que nos empuja a tomar ciertas decisiones, y qué define nuestra personalidad. ¿Somos lo que la vida ha hecho de nosotros? ¿Somos un cúmulo de experiencias que marcan nuestra manera de ser y entender la vida? ¿O en cambio no somos más que materia orgánica que improvisa sobre la marcha, que vive siempre perdido y que muere sin saber qué ha aprendido?
Un film emotivo y reflexivo
Mason es un niño pensativo y de mirada extraña que ve como su familia se compone y descompone con el tiempo. El mismo tiempo es quien le enseña que nada perdura, que todo cambia mientras cambiamos todos. Sin llegar nunca a conocernos completamente. En su madre puede ver que tengas la edad que tengas, siempre cometerás errores y te enfrentarás a situaciones que no sabrás como afrontar. A través de su hermana puede ver que siempre somos los mismos, y madurar no tiene nada que ver con formarnos una personalidad. En su padre puede ver que el tiempo no cura las heridas, sólo las cicatriza de mala manera y dejando una señal inequívoca.
Aún a pesar de ser una película emotiva y reflexiva, sorprende por su capacidad de trascender su premisa y convertirse en un extraño testigo de la historia reciente y de la cultura mainstream del siglo XXI. Y todo sin aspirar a ello, narrando con destreza los cambios de toda una nación y enlazándolos con los de una pequeña familia tejana. La historia es parte de nuestra historia, y parte de la de Mason. Alfred Hitchcock, que siempre tenía una frase para todo, decía que el cine es la vida real sin las partes aburridas. Eso es exactamente Boyhood: la vida. No es una epopeya épica, ni un gran drama romántico. Es la vida. Ahí es nada.
Texto: Francesc Miró Rafael
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