Con poco más de veinte años cumplidos, Daniel Avery publicó un disco con el que sacudió los cimientos del techno europeo. Ayudó tener padrinos de relumbrón, como Andrew Weatherall o Erol Alkan, pero el principal valor de Drone Logic (2013) radicaba en su capacidad para difuminar la línea entre rock y electrónica, en la energía oscura que emanaba de su interior. Cinco años más tarde, tras haber girado de manera incansable por todo el mundo, el productor inglés regresa a las cubetas con Song For Alpha (Phantasy, 2018), un álbum cinemático y de naturaleza abstracta, en el que conviven pistas ambientales con trallazos de techno. Un viaje hacia los confines más oscuros de la pista de baile, teñido con una fuerte carga psicodélica.
Entre los años 2012 y 2014 publicaste un álbum y un montón de EPs. Desde entonces, apenas hemos tenido noticias tuyas. ¿A qué se ha debido este cambio de ritmo? Desde que publiqué Drone Logic he estado viajando sin parar, pinchando prácticamente cada fin de semana. Para mi sorpresa, mi música llegó a muchísima gente, algo que me sorprendió al principio porque no pensaba que hubiera hecho nada especial, y que luego me asustó, porque no sabía si podía estar a la altura de lo que todo ese público estaba esperando de mí.
Entonces, ¿se trata de una cuestión de presión? ¿Te daba miedo recibir malas críticas? Había presión, por supuesto, pero tenía más que ver con lo que yo pensaba de mí mismo (risas). Durante todo este tiempo no he dejado de hacer música, en casa, en los hoteles, en los aeropuertos. Tengo material suficiente como para llenar cinco o seis álbumes, así que podría haber publicado mucho más de lo que he hecho, y sé perfectamente que habría funcionado bien a nivel comercial. Pero se trataba de música que no me llenaba, y no habría sido honesto por mi parte sacar algo así.
Es una actitud valiente, sobre todo teniendo en cuenta que tu carrera apenas había empezado cuando apareció Drone Logic. Precisamente ese era el problema, que no quería hacer una segunda parte de Drone Logic. No me malinterpretes, me encanta ese disco, pero representa a una versión juvenil de mi mismo en la que hace tiempo que no me siento reflejado. Necesitaba definir unas dinámicas diferentes, algo que me permitiera reconocerme como músico y como persona, y la verdad es que me ha costado bastante trabajo.
El tono de Song For Alpha es muy diferente. Es mucho más ambiental y sombrío. No era mi intención realizar un disco oscuro, sino introspectivo. Un disco en el que pudieras perderte. Y para llegar a ese resultado las pistas ambientales tenían que tener el mismo protagonismo que las de baile.
¿Y cómo estableciste ese equilibrio? Fue un proceso natural. Llegó un momento en el que estar en el estudio se convirtió casi en una necesidad física. Necesitaba disponer de un tiempo de estudio de calidad, que equilibrara la tensión de estar pinchando en los clubes por la noche. Así que mudé mi estudio a un edificio en la orilla del Támesis desde el que se puede ver el río, una zona escondida dentro de Londres, en la que se respira una paz sorprendente. Allí empezó a cristalizar Song For Phase hace más o menos un año, de una manera gradual. Algunas pistas tomaron forma y la estructura del disco fue creciendo con una cierta rapidez.
Imagino que el hecho de refugiarte en un espacio como ese habrá influido en el carácter ambiental de Song For Alpha. No quería hacer música de club en un sentido estricto, sino algo más profundo. Me sentía fascinado por la psicodelia, esa música que te puede transportar a lugares inesperados. Hay muchos artistas que intentan que sus discos suenen reales, como si estuvieran tocados por instrumentistas de verdad, pero a mí me interesan más las cualidades etéreas. Me gustan esos discos en los que no sabes realmente qué estas escuchando, en los que no eres capaz de discernir si están sonando guitarras, sintetizadores o algún instrumento extraño filtrado a través de un pedal. Esos discos que te permiten cerrar los ojos, aguantar la respiración y dejarte llevar.
Precisamente quería comentar contigo que Song For Alpha me recuerda mucho a esa psicodelia espacial que se hacía a finales de los ochenta. A bandas como Spacemen 3 o Loop, que ya entonces mezclaban guitarras y sintetizadores. Spacemen 3 es una gran influencia en mi música. Hay otras que pueden resultar más evidentes, como Brian Eno, William Basinski o Autechre. También Alessandro Cortini, un músico con el que grabé un single el año pasado y del que he aprendido mucho. Por cierto, estamos trabajando en más cosas, así que espero que podamos publicar algo dentro de poco. Pero volviendo a Spacemen 3, me parece interesante que los menciones. No es un nombre que suela surgir cuando me entrevistan, supongo que la mayoría de los periodistas con los que trato no tienen interés en ellos, pero sus discos fueron muy importantes en mi adolescencia, cuando intentaba hacer música en mi cuarto, con un par de cajas de ritmos y varios pedales de guitarra. Ese espíritu sigue existiendo en lo que hago: produzco música hecha con máquinas, música para robots, pero siempre intento que se reconozca el corazón humano que late por detrás.
¿Y cómo se traduce ese espíritu psicodélico al contenido de Song For Alpha? ¿Hay algún tipo de concepto o de guía que lo recorre? Existen dos conceptos básicos que guían el desarrollo del disco. El primero es que se trata de un viaje. No me gusta utilizar esta definición porque está muy sobada y se ha empleado demasiadas veces para justificar discos infumables. Pero no quería realizar una colección de canciones sin más, sino encajar todas las canciones en el interior de una historia con un comienzo, un desarrollo y un final. Por otro lado, grabar el disco ha consistido en un ejercicio de escapismo, que me ha permitido abandonar las zonas oscuras del club. Cuando estaba grabando el disco atravesaba momentos difíciles, estaba empezando a sentirme quemado de la vida de DJ.
Imagino que viajar al nivel que tú lo has hecho conlleva ese tipo de riesgos. Debe ser fácil cansarse de ese estilo de vida. Me encantan los clubes, es un entorno en el que me siento protegido, y todavía no estoy cansado de viajar o de pinchar cada fin de semana. Pero no me siento cómodo con la manera en que han evolucionado en los últimos tiempos. Los clubes son más importantes que nunca, son cada vez más inclusivos y diversos, pequeñas comunidades en las que todas las personas juegan un papel, incluso si la música es agresiva. Pero al mismo tiempo están perdiendo parte de su significado, un problema que tiene que ver con la nueva política de programación que se ha impuesto en muchos de ellos, en la que tienes a varios DJs con sesiones de una o dos horas. Es algo que está copiado de los festivales, pero que no tiene mucho sentido en un local cerrado.
¿Y cuál crees que es la solución a este problema? Desde hace un par de años estoy interesado en hacer sets más largos, mucho más largos, que abarquen seis o incluso diez horas. Que me permitan empezar de un modo más ambiental y luego ir progresando poco a poco hacia otros lugares, con paciencia y atención al público. No me interesa llegar a un club, por muy conocido que sea, y pinchar a tope durante un par de horas. Prefiero hacerlo en lugares más pequeños, en los que dispongo de una libertad más grande, aunque eso signifique cobrar menos. Esos sitios me recuerdan por qué decidí dedicarme a esto.
¿Y no te interesa utilizar esa energía, esa manera de construir las sesiones, para elaborar un espectáculo en directo con tu propia música? Siempre he preferido concentrarme en pinchar porque he visto muchos sets de directo que no me han transmitido nada, es uno de los riesgos de trabajar con ordenadores. Pero ahora creo que tengo cosas que contar y que puedo desarrollar algo interesante, algo que lleve mis temas a un nivel mucho más energético. Estoy trabajando en ello, aunque todavía no tengo del todo claro el enfoque.
Entrevista: Vidal Romero
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