Durante muchos años, la mal llamada Ruta del Bakalao fue demonizada por los medios de comunicación: un sumidero de drogas y música infernal, por el que se colaban cada fin de semana jóvenes llegados de toda España. Antes de eso, sin embargo, aquella misma ruta de clubes conformó una escena en la que primaban los sonidos oscuros y la experimentación, y que rivalizaba en modernidad y riesgo con las grandes capitales europeas. Una historia de auge y caída que el periodista Luis Costa cuenta en el estupendo Bacalao. Historia oral de la música de baile en Valencia, 1980-1955 (Contra, 2016). 

Tanto por procedencia (es de Barcelona) como por edad (nació en 1972), Luis Costa tuvo que perderse necesariamente muchas de las cosas que se cuentan en su libro. “Cuando Carlos Simó entra en Barraca yo tengo ocho años, y cuando inaugura Spook doce”, reconoce. “Pero la generación de DJs anterior a la mía, gente como Tony Verdi, Ramón Moya, Torremocha, Dixkontrol, PPBilly o Amable, que pincharon en el Verdi, KGB, Final, Boira, Universal, Ozono, Ars Studio o 666 (entre otros locales a los que pude ir siendo imberbe), me enseñó todo el percal valenciano en sus sesiones. Yo empecé a conocer toda aquella música en esos locales y me iba pillando vinilos para pinchotearlos en casa, en fiestas o en bares donde me dejaban. Y los amigos que bajaban a Valencia me pasaban cintas de Spook, Chocolate o A.C.T.V con las que alucinaba. Me hablaban de aquellos horarios y de aquellos equipos de sonido, y se formó en mi cabeza una imagen entre mítica e inconexa, que con el tiempo se ha ido definiendo. Hasta llegar aquí”. Su particular “aquí” es un recorrido por la escena de clubes que surgió en los alrededores de Valencia durante la década de los ochenta; una escena en la que se bailaba con bandas europeas de corte post-punk y ascendente electrónico, que manejaba horarios imposibles y veneraba las actuaciones en directo, que funcionaba al margen de todo lo que sucedía en el resto de España. Una historia de la que únicamente se recuerda su etapa final, cuando la decadencia se había apropiado de clubes, DJs y público, que necesitaba de una reivindicación documentada y bien argumentada.

¿Por qué escogiste el formato de historia oral? Es cierto que permite contrastar entre sí las visiones de los distintos actores, pero ¿no habría sido interesante buscar un formato mixto, que permitiera ahondar en ciertas cuestiones antropológicas que en el libro sólo se rozan? Estuve dudando en ese sentido al principio del proyecto, pero pronto se impuso la idea de la historia oral. Existe muy poca bibliografía e información sobre este período, sobre todo acerca de lo que sucedió en los ochenta, los años que yo abordo. Así que necesitaba hacer varias entrevistas en profundidad para llegar a conocer una historia que había quedado oculta, y tenía que dominar bien ese primer nivel de información antes de pasar al siguiente, el de la interpretación. Ahora sí me vería capaz de pasar a ese nivel, pero antes no era así. De todos modos, lo más sorprendente es que nadie se hubiera ocupado de todo esto antes. El maravilloso ensayo de Joan M. Oleaque, “En Èxtasi”, apunta muchos de los temas, pero no profundiza en ellos. Queda trabajo por hacer en ese sentido y pienso que ahora hay más información con la que rellenar lagunas y conectar acontecimientos.

Varios de los protagonistas del libro hablan de la libertad que suponía estar en un momento como los últimos setenta, en el que las autonomías estaban todavía formándose y el marco legal era casi inexistente. ¿Crees que en ese sentido fue una ventaja para ellos el hecho de estar en Valencia, lejos de los centros de poder y de los medios de comunicación? Totalmente. Y más teniendo en cuenta dónde se encontraban los principales espacios en los que todo sucedió. Barraca, Chocolate, Espiral, Puzzle o Spook se encuentran en el entorno rural de la Albufera o en localidades costeras, al lado de la playa, son discotecas de verano. La Albufera es una localización muy Lynchniana, entre lo onírico y lo inquietante. Allí estaban aislados de la ciudad, podían disfrutar de una privacidad y una exclusividad que los hacía sentir realmente libres, aún más si cabe. La excitación se podía palpar en el ambiente y los DJs aprovecharon para experimentar y arriesgar, con mucho que ganar y nada que perder. Aquello fue al principio algo muy clandestino, sólo lo conocían los valencianos más modernos o los activistas del underground, y era por el boca oreja. La propia Guardia Civil de la época estaba muy perdida y, es cierto, no existía legislación o regulación alguna acerca de los horarios de las discotecas o de las drogas “de diseño”. Aquella combinación fue explosiva en los años ochenta, pero en los noventa la cosa se les fue de las manos con la masificación y la incursión de los medios de comunicación.

La escena de clubes valenciana se montó alrededor de géneros como el punk, la new wave o el rock gótico, músicas que entonces eran modernas, pero que sobre todo se enfrentaban a la selección musical que imperaba entonces en las discotecas. ¿Crees que el hecho de poner esta “música de baile blanca para blancos” fue un factor esencial en el crecimiento de la escena, o habría sucedido lo mismo con otro menú menos, digamos, arriesgado? Eso de “música de baile blanca para blancos”… Carlos Simó habla en general de “música blanca”, y hay que recordar que muchos de los DJs valencianos habían pinchado música negra y que Carlos Simó cerraba siempre Barraca con el “My Way” de Nina Simone. Dicho esto, yo creo que esta opción musical tuvo mucho que ver, fue una apuesta estética muy clara, que marcó definitivamente a la escena en los primeros años. Una estética que se manifestaría en lo punk, lo gótico y oscuro, en la new wave y en lo new romantic. Tanto dentro de las cabinas, con la música que sonaba, como fuera de ellas, en la indumentaria de los clubbers en la pista de baile. Y también es importante señalar que aquello no enganchó a la primera; hasta 1983 aquello no empezó a cuajar de verdad, con todo el entramado de tiendas de discos, conciertos, radios y discotecas. Es el año que abrió Zic Zac, la tienda de discos especializada en asuntos del DJ.

También llama mucho la atención que se produjera toda aquella historia, que en muchos aspectos era de lo más avanzado que sucedía en toda España, pero que no tuviera cobertura en los medios de comunicación, ni en los generalistas ni en los especializados. Es una circunstancia (el escasísimo interés por todo lo que sucede fuera de Madrid o Barcelona, sobre todo a nivel musical) habitual en los medios de este país. Pero, ¿crees que si la escena valenciana hubiera tenido más eco en esos medios hubiera podido crecer y convertirse en algo mucho más grande? No lo sé, tengo mis dudas. Como bien dices, esto es algo habitual en los medios generalistas locales, y no tan generalistas. Mientras en Inglaterra la cultura rave es algo totalmente asumido (nunca ha gozado de apoyo institucional, pero sí se le ha otorgado siempre el carácter cultural que tiene), aquí es como si todo esto nunca hubiera sucedido. Y esto es algo grave. Entiendo que no hubiera críticas de los conciertos, ya que muchos se realizaban a las dos o a las siete de la madrugada, pero es increíble que apenas haya reportajes de la época, sobre todo en los ochenta, más allá de los que buscaron la carnaza fiestera de los noventa: todo lo que se publicó en Las Provincias o en Primera Línea, o los famosos reportajes de televisión, como el de Canal Plus. Tuvo una cobertura lamentable y sensacionalista a más no poder. Y los medios generalistas se llevaron la palma, no entendieron absolutamente nada de aquella  escena.

En ese sentido, es curioso que alrededor de los clubes surgiera todo un ecosistema de tiendas de discos, DJs y promotores de conciertos, pero no se generaran periodistas interesados o especializados en el tema (después de todo, Rafa Cervera y Eduardo Guillot están enfocados a otras cosas). Solo Jorge Albi parecería encajar en ese nicho. ¿A qué crees que se debe esta carencia? Lo mismo pensé yo cuando empecé con este proyecto y cuando les preguntaba a ellos o al resto de periodistas locales a los que entrevisté, como Joan M. Oleaque o Carlos Aimeur. Ninguno tuvo inconveniente en reconocer que sus intereses eran más proclives al rocanrol en general, al raca-raca. Y como allí lo que se pinchaba fundamentalmente era guitarra, se vieron metidos en un primerizo entorno de clubbing casi sin quererlo. Mi conclusión reafirma una de las ideas que subyace en esta historia, y es que estamos hablando de una escena primeriza, en un momento en que la cultura de clubs, el techno y lo que se entiende por dance music más tarde, todavía no existía. Lo cual convierte a todo esto en algo mucho más grande, en mi opinión.

Un tema que se trata poco en el libro es la relación entre Valencia e Ibiza. El propio Alfredo Fiorito habla de esa retroalimentación, pero muy de pasada. ¿No te pareció interesante profundizar en esas conexiones, o tal vez suponía alejarte mucho de tu objetivo? Es que realmente no existen estas conexiones, más allá de las que figuran de un modo natural en el libro, como la presencia de Juan Santamaría en la isla, un esporádico viaje de Fiorito a Valencia ya a finales de los ochenta, el famoso fin de semana de Carlos Simó y compañía armándola en un festival playero, o las idas y venidas de los Stone Roses y los Mondays entre la isla y Valencia en busca de mandanga. Pero no existen influencias musicales que las hermanen. Los valencianos no las reconocen y hablan siempre del atraso musical de la isla, que se quedó atrapada en el funk hasta la llegada de Fiorito, que le empezó a dar vueltas a la escena. Pero ya estamos hablando de mediados de los ochenta, cuando en Spook ya estaban en un tercer o cuarto nivel del asunto.

Volviendo al tema de lo antropológico, me parecen muy curiosas las historias acerca de cómo se compraban entonces los discos (el hecho, por ejemplo, de que no existieran tiendas específicas) y cómo los vendedores jugaron un papel fundamental sobre toda la escena, al ejercer de filtro entre lo que era material bueno y material malo. ¿Crees que si no hubieran existido esas figuras la historia hubiera sido diferente? En los primeros años, los últimos setenta y los primeros ochenta, tengo la impresión de que sí. La figura de Lucas Soria en la sección de discos de los almacenes Viuda Miguel Roca es bastante esencial. Si lo que se pinchaba por norma general era disco y funk pachanguero, rumba y música lenta, es porque es lo que se vendía principalmente. A ese nivel también existen unos disqueros pioneros en la importación de material para el DJ, como Soria en Valencia, en Viuda Miguel Roca, o ya en Barcelona, Julio Madroñal en Raf Import o Toni Antón en La Cara B; personas que traen esa música que permite que se produzca el cambio en las pistas. De hecho, Soria se atribuye en el libro “el principio de la verdadera historia de Barraca”, discoteca a la que le vendía directamente la música, y se auto-proclama como la persona que recomendó fichar a Carlos Simó como DJ residente. Ya en 1983, cuando abre sus puertas Zic Zac, la primera tienda especializada en música de importación para los DJ, todo este asunto se normaliza y cada semana llegan cajas y cajas con bacalao para pinchar y copias para todos los DJs.

Otro aspecto interesante es que al principio el hecho de programar conciertos parecía fundamental. ¿No crees que eso ayudó a crear héroes (musicales) dentro de la escena? De hecho, este es el Aspecto, con mayúsculas, más relevante de esta escena; el que motivó su cohesión y explosión. Si todo empezaba a cuajar en el 83, con Zic Zac en marcha y todo el bacalao en circulación, en 1984 y 1985 abren Pachá Auditorium en Valencia e Isla en l’Alcudia, salas con capacidad para cinco mil personas. Allí se hacen infinidad de conciertos de grupos de culto, los que quieras, y tocan bandas como Depeche Mode o New Order. Todos los conciertos se llenan hasta la bandera y las canciones de esos grupos son las que luego suenan en las discotecas.

Me sorprende, por último, que el encarecimiento de la libra que realizó Margaret Tatcher provocara cambios tan profundos en el ecosistema musical valenciano. Quiero decir, en un negocio que producía tanto dinero, ¿no resulta un poco miserable cambiar a productos de segunda clase, los discos italianos o las “cantaditas” que muchos de los DJs critican en el libro? Es algo que también me llamó la atención a mí, y la verdad es que se me escapa. Si por el precio de un maxi inglés te podías pillar dos italianos, puedo entender que más de un DJ se los pillara, pero ¿que lo hiciera la mayoría? Cuesta creerlo. Puede ser que tenga más que ver con el cambio musical y las nuevas demandas del público que estaba entrando en la escena. La guitarra y la EBM van pasando a un segundo plano; la guitarra de hecho desaparece del mapa, y entran este eurodance y el happy hardcore de tercera, que al parecer es lo que los chavales querían. Los fiestero-maquineros, los “mascachapas”.

Continuando con el tema, parece que la decadencia dentro de la escena llegó por culpa de la avaricia de muchos de los dueños de las salas, que empezaron a pensar en el corto plazo y en ganar dinero como fuera. Habría que investigarlo más, pero varios de los protagonistas apuntan esa como una de las posibles causas. Carlos Simó es especialmente crítico y claro con este asunto. Lo cierto es que la producción musical “dance” local, con la palabra dance muy entre comillas, se dedicó a producir una copia de tercera generación del hardcore europeo, dando lugar a aberraciones como Los Pitufos Makineros y demás disparates sonoros. Y esta es la música que compraban los DJs con el dinero que ponían las salas. Habría que ver las conexiones e intereses comunes entre sellos discográficos del momento y discotecas, e intuyo que saldrían muchos amigos entre unos y otros. Todo esto en lugar de importar y pinchar la crema techno que se estaba haciendo en Detroit o en Alemania. Cuesta de creer y de entender, pero así fue.

También se comenta varias veces que fue la aparición de un par de reportajes en televisión, acerca de la ruta y de los desfases que se producían en ella, lo que terminó por disparar su fama a nivel nacional. ¿Crees que si no hubiera sufrido esa exposición mediática, la escena habría envejecido de otra manera, o estaba ya condenada de algún modo? Creo que ya estaba bastante tocada y devaluada en ese momento, pero es uno de los interrogantes que van a quedar en el aire. Pero en fin, a ver quién es el guapo que se pone a hacer experimentos con su sala cuando ve que le están poniendo controles en cada rotonda o en el propio parking, y que la gente se lo piensa dos veces antes de coger el coche y se va quedando en Valencia para salir de marcha. También hay quien sostiene que todo fue una jugada del PP valenciano para favorecer a los amiguetes que tenían salas en la ciudad, ya que todo lo de la periferia eran licencias concedidas por el gobierno anterior del PSOE. Da para un buen estudio.

Finalmente, me llama la atención que, a pesar de que se hizo música muy interesante en las distintas épocas de la escena (de Glamour a las producciones de Fran Lenaers), sólo se reivindican las cosas menos interesantes, como Chimo Bayo. ¿A qué crees que se debe esto? Seguimos en lo mismo: es tremendo que gente como Megabeat o Germán Bou sean prácticamente unos desconocidos para la mayoría y apenas encuentres reportajes y entrevistas sobre ellos. Es una omisión incomprensible. Lo de Chimo Bayo es otro tema que tiene poco que ver con esta historia, aunque “Así Me Gusta a Mi” sea el maxi español más vendido de la historia. Pero en las discotecas de la Ruta no se pinchó, tal y como reconocen varios DJs. También es cierto que posiblemente faltaron más nombres, más productores y grupos que dieran un empaque mayor a esa escena y la sostuvieran.

En el libro hay muchísimos entrevistados, que abarcan casi todos los “oficios” que se crearon alrededor de la ruta, pero creo que hay dos ausencias notables. Por un lado, echo de menos a gente que estuviera entre el público de la ruta. Quiero decir, en un libro que trata sobre temas como las fiestas o los conciertos, que por definición son de naturaleza “efímera”, ¿no habría sido interesante contar con la opinión de alguien que estuviera al otro lado del telón? Hubiera estado bien, pero la historia se habría dispersado mucho. Considero que camina bien con los que figuran, y el libro está casi en las 400 páginas, corría el riesgo de que el relato se hiciera poco ágil y está en el límite. Por eso incluyo un capítulo con el testimonio de tres fiesteros cuyas historias llegan a conectar con los relatos de los protagonistas directos de la escena: las experiencias de Sito en A.C.T.V, por ejemplo. También reconozco que no ha sido fácil dar con este tipo de testimonios, o con porteros, go-gós, drag queens o incluso dealers, gente con la que intenté contar sin éxito, a pesar de haberlo intentado.

Por otro lado, también me sorprende la escasa presencia de mujeres en todo el relato. Entiendo que Ana Curra debía ser una de las pocas mujeres “artistas” que pasaron por allí en la época, y que el de la noche ha sido un mundo tradicionalmente masculino, pero es que en el libro tampoco se habla apenas de sexo. Hay música y drogas y alcohol por todas partes, pero nada de sexo. ¿No te resulta sorprendente? La verdad es que no me lo parece. Quiero decir, ¿qué más da?, no le veo demasiado interés. ¿Sexo en la ruta?, el mismo que podría haber en la Movida Madrileña,  sin ir más lejos. Y en el reciente libro sobre el tema de Jesús Ordovás, “Esto no es Hawaii. Crónica oculta de la Movida Madrileña”, apenas llega a salir un polvo en la entrevista a “el Capi” y poco más. ¿De verdad en un libro sobre música se espera que se hable de sexo? En el grandioso “Energy Flash” de Simon Reynolds, un abultado ensayo sobre la lisérgica cultura rave inglesa, tampoco vas a encontrar mucho sexo. En el entorno rave encuentras una enorme empatía y amor colectivo, pero sexo, poco. Los clubbers, los ravers, lo que quieren es bailar hasta la extenuación. Su mayor excitación la van a encontrar en la pista de baile, hasta que suene la última canción.

¿Crees que es posible rastrear la herencia de la escena valenciana en otros puntos de España? Yo desde luego veo conexiones con la ruta de clubes de techno que surgió a principios de los noventa en la cornisa cantábrica, y con la escena del breakbeat en Andalucía, pero no sé si todavía existen lugares en los que se siga manteniendo viva esta llama. Las conexiones más claras están en Cataluña y en Madrid, con el surgimiento de la máquina, sobre todo en Cataluña. Es el entorno del poligoneo en los barrios periféricos y las ciudades dormitorio. Mientras, en el sur de Cataluña y Andalucía surge con fuerza la cultura rave, con presencia de trance y breakbeat respectivamente. Y es allí donde podemos encontrar una música electrónica más nueva y un avance en términos de cultura de club. Pero sigo pensando que el verdadero cambio se produce con la primera edición del Sonar en el verano de 1994, justo un año después de que comience el desplome de la ruta. El festival se erige como un referente mundial de músicas avanzadas. Pero en Valencia miran hacia otro lado y siguen a lo suyo, sellando su propio destino. En pocos años cerrarán la mayoría de los templos valencianos. Y a empezar de nuevo.

editorialcontra.com

Entrevista: Vidal Romero

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