Había transcurrido algo menos de media hora desde que Nick Cave y su banda subieron al escenario del festival Cala Mijas cuando una fina lluvia comenzó a caer sobre el público del festival. Si no fuera porque todavía es imposible, habría jurado que aquello era un truco de producción, un artificio para acompañar al australiano mientras se sentaba por primera vez al piano, para tocar un “Oh children” grávido y melancólico, con el que daba pie a la parte más íntima de su concierto.
Quizás para conformar a los que había pagado el ticket para ver a un Nick Cave abatido y doliente, deprimido por la muerte de sus hijos, siguió escarbando en esa veta de aflicción con “Jubilee Street” y “Bright horses”, y se quedó solo al piano para tocar “I need you”, uno de los cortes más tristes (que ya es decir) de “Skeleton tree”.
La situación planteaba, además, una cuestión interesante: ¿queremos ver a Nick Cave tocando solo al piano? Seguramente en un teatro sí, pero no en un festival, donde el sonido se pierde entre el viento y el murmullo de las voces del público.
El espíritu de Elvis en el concierto de Nick Cave
Antes de aquello, el concierto había comenzado con mucho brillo y energía, enlazando “Get ready for love”, en una versión acelerada y punzante, con esa “There she goes, my beautiful world” que celebra los héroes y mártires sobre los que Cave ha edificado su propia iglesia (“St. John of the Cross did his best stuff / Imprisoned in a box / And Johnny Thunders was half alive / When he wrote Chinese Rocks”).
Quizás para dejar con un palmo de narices a los que buscaban el morbo de un Cave deprimido, atacó después “From her to eternity”, vestida para la ocasión con un traje acústico y elegante, que le restaba parte de su fiereza habitual, a lo mejor porque el cantante ya no es un chaval airado, o tal vez porque esta versión de las Bad Seeds carece del mordiente que sí poseían otras encarnaciones pasadas.
Tras una segunda pieza al piano, “Waiting for you”, esta vez con la compañía de Warren Ellis, el concierto recuperó el pulso y atacó “Tupelo”, a la que nuestro hombre presentó como “una canción que trata sobre Elvis”, mientras los miembros de la banda volvían a ocupar sus puestos en el escenario.
Más allá de la dedicatoria, es difícil no ver al Cave actual como una mezcla entre el Elvis decadente de Las Vegas y algún telepredicador exaltado (lo que quizás sea un oxímoron porque, ¿acaso no le deben estos predicadores gran parte de su gestualidad y de su sentido del espectáculo al Elvis de Las Vegas?).
“Tupelo” también sirvió para que los Bad Seeds exhibieran sus fortalezas: son una banda pensada para tejer atmósferas narcóticas y densas, de impronta cinemática. Y a partir de esas claves levantaron algunos de los himnos habituales en el repertorio de las malas semillas: un “Red right hand” que, gracias a su aparición en una conocida serie de televisión, fue coreada a gritos por el público, un “The mercy seat” de belleza asfixiante, y un “The ship song” delicado y sutil.
Una canción para llorar
La fiebre volvió a desatarse con una afilada interpretación de “Higgs Boson blues”, que mostró a la banda exaltada y a Ellis bailando como un golem enloquecido, y con otro viejo número, “City of refuge”, en el que los instrumentos echaban chispas y el infierno parecía a punto de abrirse delante mismo del escenario.
Cave se entregaba al público, dejando que un mar de manos lo mecieran y lo elevaran, mientras repetía el mismo mantra que había empleado a lo largo del concierto, “Cry, cry cry! / Breath, breath breath! / Boom, boom, boom!”, y allanaba el camino para volver a poner los pies en el suelo, con un celestial “White elephant” con el que la banda se despedía del escenario.
En los bises, Cave volvió a sentarse solo al piano, y esta vez le perdonamos, porque nos entregó a cambio una sentida versión de “Into my arms”. Podría haber terminado así, pero quiso vaciarse al completo y engarzó otras tres canciones más: “Vortex” sonó como un agujero negro, “Ghosteen speaks” como el lamento de un fantasma y “The weeping song”, convertida en himno pagano despidió, esta vez de manera definitiva, un concierto espectacular.
Mientras se desperdigaban en dirección a otros escenarios, se escuchaba todavía a algunos grupos del público corear el estribillo, “This is a weeping song / A song in which to weep / While we rock ourselves to sleep”, intentando hacer durar, todavía unos segundos más, lo que acababan de ver.
Un concierto que pasará a la memoria de todos los asistentes, y que deja ver el nivel de Cala Mijas a la hora de programar conciertos. Ya estamos con ganas de repetir en la segunda edición del festival en 2023, para la que ya están disponibles las entradas: calamijas.com
Texto: Vidal Romero
Fotografías: Óscar L. Tejeda
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