Rustin Man (Paul Webb) es conocido por haber formado parte de una de las bandas más influyentes de los ochenta, Talk Talk, pero también porque en el año 2002 publicó “Out Of Season”, una colección de viñetas arrebatadas, a las que Beth Gibbons ponía voz. Diecisiete años más tarde, Rustin Man regresa con “Drift Code” (Domino, 2019), un disco en el que lleva aún más lejos su obsesión por el pop de cámara, orquestaciones alucinadas y atmósferas de épocas indeterminadas.
Al pensar en el éxito de “Out Of Season”, me resulta extraño que haya tardado tanto tiempo en publicar otro disco. ¿Se debe a su obsesión por los detalles? ¿Tal vez a un bloqueo creativo?
Sin duda hay algo de lo primero. Pero la verdad es que después de publicar aquel disco hicimos un tour muy largo, que duró más de dos años. Hasta 2006 no empecé a pensar en nuevas canciones, y quería lanzar un disco nuevo cuanto antes. Pero al meterme de lleno en el proceso, descubrí que necesitaba construir un estudio propio para grabarlo. Las ideas que tenía en la cabeza habrían sido inviables en un estudio convencional, y no sólo por el aspecto económico.
¿Qué tiene de particular el estudio de Rustin Man?
Se trata de una granja a las afueras de Essex, cerca de Londres. La idea era construir un espacio en el que pudiera concentrarme al cien por cien en la música, pero cuando mi mujer y yo descubrimos este lugar decidimos convertirlo en nuestro hogar y construir también una familia. Así que el estudio es en realidad un proyecto de vida, en el que todo está relacionado, y que me ha tenido ocupado durante varios años.
Micrófonos de los años cuarenta y cincuenta para modificar el sonido
Me produce curiosidad ese espacio. Tras escuchar “Drift Code” me lo imagino repleto de instrumentos y equipos antiguos.
Más que en instrumentos, invertí sobre todo en equipo analógico, que era relativamente fácil de conseguir hace diez o quince años, porque la gente estaba abandonando los equipos antiguos en favor de la tecnología digital. El elemento central es una consola de los años sesenta, pero creo que lo más importante es mi colección de micrófonos de los años cuarenta y cincuenta. Muchos músicos se obsesionan con los amplificadores, hablan de efectos y de modelos de guitarra, pero yo creo que los micrófonos son los aparatos que más posibilidades brindan a la hora de modificar el sonido.
Y sin embargo, a pesar de todo ese esfuerzo, para escribir las canciones utilizó un dictáfono.
Entrar en el estudio significa realizar toda una serie de operaciones aburridas y encender mucho equipo antes de poder sentarte a grabar. Y además, las posibilidades son tan grandes que resulta muy fácil despistarse y dejarse llevar por cuestiones accesorias. El dictáfono, en cambio, me permite concentrarme en las melodías y la forma de la canción. Es una manera rápida y sencilla de desarrollar maquetas básicas, o de grabar esas ideas que te pasan por la cabeza y no puedes dejar escapar.
Drift Code, un reflejo nítido de su propia voz interior
Ha comentado que “Drift Code” está grabado de una manera cíclica: tocando primero las guitarras de todas las canciones, luego todos los bajos… un instrumento cada vez. Es una manera atípica de enfrentarse a un disco.
Quería que fuera un reflejo lo más nítido posible de mi propia voz interior, y como parte de ese proceso necesitaba grabar yo mismo el máximo número posible de instrumentos. Esto ha tenido una serie de consecuencias prácticas.
Primero, que he tenido que aprender a dominar muchos instrumentos que apenas sabía tocar; no para convertirme en maestro de ninguno de ellos, pero sí para poder plasmar las ideas que tenía de un modo aproximado. Y también porque cada vez que cojo un instrumento en el estudio adquiero un compromiso con él: me gusta grabar con varios micrófonos diferentes, dispuestos por todo el espacio, para construir capas que después enriquecen el sonido final. Y esa configuración cambia en función de cada instrumento, así que es más operativo concentrarse en terminar todo lo que tenga que ver con él antes de pasar al siguiente. La ventaja de trabajar así es que, como cada paso de este proceso puede alargarse durante meses, cuando vuelves a la primera canción la ves diferente, mucho más fresca que si hubieras grabado todas sus partes a la vez.
La voz, un instrumento más
Uno de esos instrumentos nuevos es su voz, ya que nunca antes Rustin Man había ocupado el papel de cantante. ¿Cómo ha afectado a la escritura del disco?
Los arreglos de todas las canciones estaban más o menos claros en mi cabeza desde el principio, y eso incluye a la voz, que funciona como uno más de los instrumentos. Es cierto que trabajar por pistas provoca que se produzcan cambios. A veces es necesario volver atrás para grabar de nuevo una parte o varias. En general los problemas estaban más relacionados con encontrar la paleta de sonidos adecuada para cada canción que en modificar su forma o su estructura.
En ese sentido, el disco parece tener un aliento conceptual, una narrativa interna. Es algo que se refleja también en las letras.
Las letras consisten en una serie de reflexiones acerca de los problemas que conlleva la vida en este momento. Pero como están escritas desde una perspectiva poética y un poco inocente, a la manera de las canciones de los cuarenta y los cincuenta, pueden hacer pensar en un concepto unitario que en realidad no existe.
Una excepción a esa manera de trabajar que comentaba antes es Lee Harris, su compañero en Talk Talk y en sus aventuras posteriores, que se encarga de las baterías y la percusión.
Conozco a Lee desde que íbamos al colegio, así que es muy sencillo comunicarnos y trabajar juntos. Por otro lado, la manera que tiene de tocar la batería es única e imaginativa, escucharlo en mis canciones es como sentirme en casa. Y además, vive a tres millas de mi casa, así que es fácil quedar con él.
T.J. Mackenzie, responsable de la mayoría de los instrumentos de viento
Aparte de Lee Harris hay otros músicos en “Drift Code”. ¿Les ha dejado espacio para la improvisación, o eran mercenarios?
T.J. Mackenzie ha sido una pieza muy importante, el responsable de la mayoría de los instrumentos de viento que suenan en el disco. Mi relación con él ha sido la misma que con Lee: le daba indicaciones acerca de lo que estaba buscando y él interpretaba esas ideas a su manera. En cuanto al resto de los músicos, se trata de gente que vive en el pueblo, a la que era fácil llamar para que participara.
James Yorkston, que colabora en una de las canciones, no es precisamente un vecino.
Conocí a James hace años, cuando me llamó para que produjera uno de sus discos. Tenía interés por participar en lo que estaba haciendo, así que le mandé varias pistas por correo y él me devolvió unos arreglos maravillosos.
El disco de Yorkston no es el único que ha producido. Ahora que tiene un estudio montado, ¿le veremos enfrentarse a encargos a parte de la propia música de Rustin Man?
No lo sé. Me cuesta mucho trabajo enfrentarme a mi propia música como para poder trabajar con tranquilidad en las ideas de otras personas. Pero bueno, si me ofrecen algo que me interese, ten por seguro que lo haré.
Una historia que sucedió hace treinta años
“Drift Code” con Rustin Man tiene una cualidad atemporal, o al menos está muy alejado de los estándares contemporáneos. Creo que en gran medida se debe al trabajo de mezclas, a la dinámica que transmite, que no tiene nada que ver con el sonido rocoso y saturado que domina ahora mismo en la industria.
Me alegra que me digas eso porque nunca había mezclado un disco antes. Es un trabajo fascinante y absorbente: llegas al estudio y puedes dedicar horas a conseguir que todas las piezas encajen. Y ni siquiera así estás seguro de que todo salga bien. A veces te entran ganas de volver atrás y grabar algún instrumento adicional, o tal vez llamar a alguno de los músicos y discutir qué se puede hacer con tal o cual canción.
Muchas bandas de los ochenta y de los noventa se han reunido en los últimos años, para disfrutar del éxito que no tuvieron en su época. ¿No han recibido ofertas para reformar Talk Talk?
Las hemos recibido, y han sido muy generosas, pero no es algo que me interese. Es una historia que sucedió hace ya treinta años y de la que conservo muy buenos recuerdos. Ni siquiera el dinero me provoca una necesidad de revivirla.
¿No cree que serviría, al menos, para sacar a Mark Hollis de su ostracismo?
Mark Hollis es el culpable de que yo esté hoy aquí, haciendo discos como “Drift Code”. Él fue quien me descubrió discos como “Astral Weeks” o “Kind Of Blue” y me convenció de que podíamos intentar hacer obras que estuvieran a esa altura. Hace mucho tiempo que no hablo con él, pero sé que la música ha dejado de interesarle. Y además, nunca le gustó salir de gira.
Entrevista: Vidal Romero
Fotografía: Lawrence Watson
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