25 años de Sónar requieren una gran celebración, y un culto al baile como el centro de todas las cosas. Además, el Sónar también es innovación en la tecnología y creatividad; vanguardia, al fin y al cabo. Pero volvamos a lo más importante: el baile como nexo de unión de todas las cosas. Pensemos en el hedonismo, fuente infinita de placer y satisfacción, y dirijamos la mirada hasta DESPACIO, lo que a nuestro criterio representa lo mejor de esta edición del festival, y lo que mejor sintetiza los atributos de este festival. Gente bailando a oscuras alrededor de un buen equipo de sonido la historia de la música de baile (transiciones por todas las etapas del clubbing: del Funk al Wave, pasando por el Disco, el House, el Techno y sin olvidar indispensables: EBM, Italo…) sin importar quien tienes al lado. La pista de baile como el centro de todo, y nuestro refugio en los momentos de incertidumbre.

Jueves

Hyperdub ha editado Digging in the carts, recopilatorio de temas de pioneros de la música de videojuegos japonesa. Aprovechando el proyecto se programaron dos actuaciones relacionadas con él, Kode 9 acompañado al video por Kōji Morimoto, reconocido animador japonés (los no otakus quizás lo conoceréis por el mítico vídeo de Extra de Ken Ishii) jugó a combinar breakbeats y chiptunes acompañado por las imágenes de Morimoto. Escapada rápida mientras cambiaban los artistas en el SonarDôme de Red Bull Music, para ver un rato a Undo, movimiento inteligente por lo que vimos, un concierto muy caliente (a la altura de la temperatura del SonarVillage) a medio camino entre las secuencias ácidas de sus producciones en Factor City y su faceta más pop, electro y vocal de su último Disconnect. De nuevo en SonarDôme de Red Bull Music, llegaba la parte más gamberra de la excursión al mundo de las consolas vintage, con la actuación de Yuzo Koshiro y Motohiro Kawashima, los compositores de Streets of rage, 16 bits a tope y el redactor buscando una máquina recreativa por SonarDôme con la que liarse a palos con las hordas de macarras que desfilaban por el videojuego. Una retro y divertida forma de empezar el festival.

Teniendo en cuenta que ésta ha sido la edición más exitosa del certamen en toda su historia, se notaba una mayor afluencia de público durante todos los días. Sin embargo, jueves se podía circular con más tranquilidad, y justo entrábamos para dirigirnos al SónarHall (mención especial a la sala con mejor sonido con diferencia del recinto) para presenciar uno de los sets favoritos: Sinjin Hawke & Zora Jones, responsables de Fractal Fantasy, y con un sonido arquitectónico y contundentemente rítmico que daba la sensación de estar dentro de una película futurista. Ritmos tribales y deconstruídos jugando con imágenes al ritmo del beat. Construyendo paralelamente un discurso musical jugando con proyecciones de sus cuerpos a tiempo real. El siguiente turno era para Rainforest Spiritual Enslavement, proyecto de Dominick Fernow que excepcionalmente para la ocasión contaba con la colaboración de Silent Servant y el francés Low Jack en una sesión que transcurrió del ambient natural y contemplativo hacia un final angustioso, puro estilo Fernow incluyendo su gesticulación y actos encima del escenario. Ambientes que se mantenían de fondo mientras se iban trenzando ritmos caóticos hasta una tormenta de noise llevándoselo otra vez al mismo sitio donde habían empezado.

De SónarDôme, lo coherente según nuestra ruta era volver al SónarHall con Daedelus, que no convenció a un servidor, en un set demasiado rítmico y contundente, poco habitual a la clase del productor californiano. Cuando él terminaba, en SónarVillage estaba Yaeji al mando de un set con pocas necesidades a nivel de backline; un mixer, un par de CD-J y un micro le bastaban para construir una sesión con músculo, ideal para ese momento. Puro divertimiento. Abandonamos el utilitarismo de la surcoreana para pisar SónarComplex, rincón de las propuestas más arriesgadas que el primer día cerraba la programación con la colaboración de El Niño de Elche junto al bailaor y coreógrafo Israel Galván en un show con una escenografía cuidada hasta el mínimo detalle, austera pero parte del exito de la puesta en escena. El acto combinaba spokenword, canto flamenco, coreografía y baile con percusión. Totalmente genuino y transgresor. Permitidme el paralelismo: Arca con baile flamenco.

Para certificar una vez más que Sónar no es un festival al uso, el concierto inaugural se produjo cuando buena parte de la carne ya estaba en el asador. Siguiendo la política de colaboración con l’Auditori y la Orquestra Ciutat de Barcelona, se aprovechó la presencia del percusionista estadounidense Brad Lubman para ofrecer la icónica pieza del minimalismo aleatorio In Cdel compositor estadounidense Terry Riley. Curiosamente, pese a que el propio Riley se hallaba de gira por el Europa con su propio ensemble, nunca se contó con su presencia, que sí que tuvo lugar en la edición de 2001, con un controvertido concierto en el SonarHall del CCCB. De todos modos, valió la pena desplazarse hasta el Auditori, ya que presenciar la interpretación de esta pieza, normalmente asociada a pequeños ensembles, por una gran orquesta con una brillante sección de metal y dominada por la disposición preponderante de las marimbas y los metalófonos (el piano quedó sepultado sónica y visualmente en un rincón del escenario) se convirtió en un espectáculo vibrante y, por momentos, apabullante.

Viernes

No necesita el madrileño Francisco López alharacas conceptuales para presentar y defender su música: su aproximación pura al sonido, a la observación del sonido, a la experimentación desnuda de los sonidos que nos rodean (ya sean producidos por insectos, máquinas, espacios abiertos…) le hace único y muy valioso. En el SonarComplex presentó, en la platea, dejando el escenario totalmente vacío, el espectáculo inmersivo VirtuAural Electro-Mechanics y nos pidió que dado que la oscuridad total era imposible usáramos los antifaces facilitados a tal efecto. Fue más sencillo, y más eficaz, simplemente cerrar los ojos y dejarse llevar por la “música” de López: sonidos ambientales, contemplativos, ruidos rotundos, crujidos electrónicos, paisajes gélidos y estática… sonidos poco acomodados que, en una elegante progresión de ruidos ignotos que invitaban, paradójicamente, al deep listening, al recogimiento y la elevación interior.

Era arriesgado programar a Rosalía en el Hall, un escenario con una capacidad inferior al creciente interés que suscita esta artista. Sin duda catapultada a la fama, no en vano tras colaboraciones recientes como la que hizo con la súper estrella del reggaetón J. Balbin. Arriesgado también por su parte montar un show tan ambicioso con un solo tema conocido por su audiencia, Malamente. Show montado para darle protagonista obviamente a ella y a El Guincho, productor del disco que nos podía hacer intuir por donde se dirigía el show: Flamenco hecho con samplers y dosis justas de autotune, y una puesta en escena grandilocuente al más puro estilo Beyoncé pero un carácter genuinamente flamenco. El público conectó mayoritariamente con el show, a pesar de que un servidor crea que le faltó unos puntos para conseguir al sobresaliente. Pero la diva está allí.

Laurel Halo se presentó junto al batería Eli Kezler con su último trabajo, Dust. Halo se mostró cautivadora, por momentos etérea, más dinámica y rítmica en otros, convirtiendo el concierto en un intenso diálogo con el batería, un mano a mano en el que Kezler respondía con sus improvisaciones a la vez que ofrecía direcciones por las que transitar. Un nuevo giro en la trayectoria de la siempre inquieta Halo. De la sofisticación del detalle pasamos a la tosca sofisticación del bofetón en los morros, como una Rita Hayworth devolviéndole el golpe a Glenn Ford en una imaginada escena de Gilda sin quitarse el guante de satén y llevando bajo él un puño americano, Sophie noquea con su música, revistiendo sonidos familiares de una dureza inesperada mientras juega con ropajes de látex y pseudo erotismo. Y de la tosca sofisticación del bofetón viramos 180 grados hacia la sofisticación neoclásica de Ólafur Arnalds, acompañando su piano por un cuarteto de cuerda, batería y dos pianos automatizados en un viaje ensoñador en el que incluso tuvo cabida la delicadeza de la recién estrenada Unfold.

Viernes noche

¡Por fin llegó la hora! Tras varios intentos llegaba el momento en que este pobre redactor podría ver en acción a 2-D, Murdoc Niccals, Noodle y Russel Hobbs a Gorillaz, en definitiva, veinte años después de su álbum de debut (dicen que nunca es tarde si la dicha es buena) y en el 25 aniversario de Sónar Barcelona. Iba yo cavilando en cómo sería ver sobre el escenario a estos personajes que, francamente, parecen sacados de una serie de dibujos animados (se han fijado, ¿verdad?) cuando en un SonarClub absolutamente abarrotado (pocas veces hemos visto una sala tan grande al límite de su capacidad a las diez de la noche) aparecieron unos tipos de carne y hueso (¡menuda decepción!) arrancando con M1 A1, a la que seguiría Tranz, tema del nuevo álbum The now now que publicarán a finales de mes. A pesar del disgusto de no poder ver a 2-D sobre el escenario, el tipo del jersey amarillo que le sustituía lo hacía bastante bien (me acabaron chivando que se trataba de Damon Albarn, algo que francamente me pareció un buen plan b).

El rodillo se puso en marcha y apoyado en proyecciones en que 2-D, Niccals y compañía hacían acto de presencia virtual, los temas se sucedían (Last living souls, tomorrow comes today, Every planet we reach is dead) tendiendo hacia su vertiente más rockera hasta que llegó Superfast jellyfishn con la colaboración de Pos y Dave (integrantes de De La Soul). Afianzado el hip-hop la mezcla de pop, rock, electrónica y dub se estabilizó conforme avanzaba la noche y se sucedían la presentación de los nuevos temas (Magic city, Humility) y las apariciones de invitados al micrófono (Jamie Principle, Michelle Ndegwa, Little Simz..). Para tratarse de una banda virtual Albarn sustituyendo a 2-D funcionó de fábula, alternando instrumentos (melódica, guitarra y hasta el piano) y bajando las escaleras del escenario en busca del calor del público en cuanto tenía ocasión (contacto físico a nivel Nick Cave, que ya es decir). Hacia el final volvieron a aparecer Pos y Dave (el contacto con De La Soul no ha de faltar nunca) en la adictiva Feel Good Inc. a la que al poco seguirían unos bises que nos llevaron hasta un final en la cima con, como no podía ser de otra manera, Clint Eastwood, excepcional broche de uno de los conciertos destacados en la celebración del vigesimoquinto aniversario de uno de los festivales electrónicos de mayor transcendencia internacional. Gracias Sónar.

Para DJ Harvey es indiferente si su set ha de durar seis horas o quince minutos: no va a haber progresión (lógica). Cada vez que pasábamos por el SónarCar sonaba algo totalmente diferente: disco, house, funk, R&B, joyas ignotas, algún clásico oculto… Harvey hizo del SónarCar su Despacio particular. En cambio, Young Marco cantaba un poco entre Gorillaz y Bonobo. El holandés se defendió la mar de bien a base de tech-house rollo main room (donde estaba, en definitiva), pero sin efectismos, sabiendo que no era el protagonista de la noche. Podía haberlo sido Oddisee, pero su carisma y su hip-hop orgánico de vieja escuela y banda completa es para recintos mucho más pequeños. Quizás el de Washington acabó algo incómodo tratando de conectar con una masa informe sin perder la elegancia.

En el extremo contrario, el minimalismo trap del sueco Yung Lean (solo en el escenario con una especie de disfraz de poli y animando al público a hacer pogo) demostró que más vale caer en gracia que llevar veintisiete percusionistas. No lo digo por Bonobo, que con un envoltorio cada vez más pop, alternó momentos de expansión con una numerosa banda (sección de vientos, coristas…) y toques íntimos que dejaron a Simon Green solo sobre el escenario (Kong). Se defendió bien de las rudas embestidas de los escenarios vecinos (donde la contundencia era considerable) interpretando el último Migrationprácticamente en su totalidad. Su presencia en ese escenario a esas horas debería abrir la puerta a otras propuestas no bailables que parece que en ocasiones el festival no se atreve a programar en horario nocturno.

La cancelación de Wiley, nos acabó dejando buen sabor de boca: le sustituyó un Kode 9 contundente y enrabietado con un set de breaks y techno que los Bicep supieron muy bien recoger y rematar con una propuesta contundente, pero sin sobresaltos ni sobreactuaciones. Un muy buen directo de techno moderno sin coartadas ni cortapisas. Aunque para remate, el de Ángel Molina. Lo siento mucho por el pobre Diplo, que podría haber aprendido un par de cosas, pero al estar pinchando también en aquel mismo momento se perdió un magnífico set de techno duro, cortante, sin concesiones desde el primer minuto… Tribal, minimal, EBM… los estilos se diluían en sus manos. Cada vez que parecía que se alcanzaba el clímax, que no podía aumentar más la intensidad, el de Badalona daba otra vuelta de tuerca a sus tres CDs y el público enloquecía con sus embestidas: una barbaridad. Uno de los mejores sets de la historia del festival. Hay vídeos, búsquenlos.

Sábado

La pérdida de Mika Vainio el año pasado fue un duro mazazo para el mundo de la electrónica, Ilpo Väisänen (compañero en Pan Sonic) y Dirk Dresselhaus (Schneider TM), colaboradores habituales de Vainio, decidieron rendirle un homenaje transformando su longevo proyecto Angel en Die Angel y grabando junto a Oren Ambarchi un disco para la ocasión, Entropien I. En el SonarComplex rindieron homenaje al título del álbum, jugando con la entropía, improvisando mientras la energía fluía libremente a través de las máquinas, deconstruyendo y volviendo a construir, transformando el sonido continuamente, un precioso homenaje a la altura de Vainio.

En SonarHall Second Woman se pusieron un poco brutos (pero con un punto tierno), tirando de IDM rugoso y techno experimental y jugando de vez en cuando con el dub techno, hicieron las delicias del público. Había muchas ganas de ver a Cornelius por estos lares, ya que no se suele prodigar tanto como querrían sus fans, y verdaderamente la espera valió la pena. Presentó disco nuevo (Mellow waves) e hizo un recorrido musical por casi todos los estilos musicales que se le pusieron a tiro, desde el funk al puro pop, el rock-metalizado o los detalles electrónicos, con una puesta en escena brillante (nunca mejor dicho, gracias a la acertada iluminación) y homenaje a otro genio a su altura incluido, Paddy McAloon (escuchen «In a dream» y respóndanme si no les recuerda el estribillo a la deliciosa Appetite de Prefab Sprout). Petición a Sónar: contraten a Cornelius para que venga cada año.

La última actuación en el SonarComplex nos estaba esperando para meternos mucho miedo en el cuerpo: la sociedad Demdike Stare / Michael England es de las que ponen los pelos de punta, la asociación de la electrónica chunga (podríamos hablar de una mezcla de techno, ambient, noise o bass music, pero creo que lo de «chungo» describe de manera bastante fiel el sonido incómodo y oscuro de los mancunianos) con las imágenes aparentemente normales pero profundamente inquietantes de England multiplica las características de ambas por separado creando una experiencia estremecedora en la que un simple giro de cabeza de un transeúnte puede sugerir peligros inimaginables. Otro de los favoritos del festival fue, sin lugar a dudas, Lorenzo Senni. Maravilla de puesta en escena de un estilo musical claramente denostado (Trance, Gabba, Makina. Todo muy noventero), y que él consigue resucitarlo con clase dándole la vuelta a tortilla aportándole un valor puramente actualizado. Salió a escena con una pancarta gigante donde se podía leer Raver Voyuerism Is Not a Crime que luego dejó tras suyo a un velo negro que tapaba toda la boca del escenario del Hall donde se proyectaban unos láseres que partían de detrás del escenario. Impresionante.

Sábado noche

Por momentos, el italiano afincado en Madrid Bawrut parecía el mismísimo Tim Sweeney pinchando en las fiestas DFA o abriendo para LCD Soundsystem: sin prejuicios estilísticos, pero con preferencia por el disco y los aires latinos cumplió más que sobradamente con su misión de calentar a un público, también hay que decirlo, más que predispuesto. Por eso se agradeció que James Murphy fuera directo a la mandíbula con Get Innocuous!, You Wanted a Hit, Tribulations y I Can Change (con homenaje al Radioactivity de Kraftwerk) como apertura del concierto antes de la primera canción del nuevo LP (Call the Police). Como siempre muy apretados sobre el escenario, con el lema #resist (dedicado al Presidente Trump) bajo los teclados de Nancy Whang y un sonido de nuevo más descaradamente post-punk (con Yr City’s a Sucker a la cabeza), el desparrame de Yeah (Crass version) y la efectividad emocional de Someone Great a la mitad y All My Friends al final, volvieron a demostrar que, en directo, son una de las mejores bandas de la historia.

Es posible que John Talabot no esté todavía acostumbrado a pinchar durante seis horas como en esta edición del SonarCar, pero lo cierto es que no se le notó. Sin moverse de un discurso a caballo entre el disco y el house el barcelonés se armó de paciencia, aguantó las tentaciones facilonas y, en las diversas ocasiones que fuimos a visitarlo siempre mostró una querencia más relajada que la de los escenarios que le rodeaban, convirtiendo el SonarCar en un oasis. Erik Wiegand es el típico geniecillo electrónico que durante el día trabaja desarrollando sintetizadores, durante la noche quema pistas como MMM junto al “berghainista” Fiedel y cuando tiene tiempo publica a nombre de Errorsmith: dos LPs en trece años le contemplan. En su set presentó el Razor que es la herramienta que el mismo ha diseñado y que le permite manipular en directo tanto voz como sonido. Desfiguró a conciencia su propia voz y buena parte de las bases, entre caribeñas y directamente ochenteras, aunque muy posiblemente en este caso todos habríamos estado más cómodos por la tarde en el SonarHall. También fue extraño el pase de la kuwaití Fatima Al Qadiri, que presentó su último EP “Shaneera” frente a una pantalla que proyectaba los vídeos de los diferentes temas del EP, un trabajo casi documental acerca de las drag queens en los países árabes con una mezcla de sonidos contemporáneos y árabes realmente muy interesante, pero que apenas dura veintiún minutos y que supo, definitivamente, a poquísimo.

Como telonero entre LCD y Thom Yorke, disfrutamos de una de las nuevas figuras de la electrónica británica, Joseph Richmond-Seaton, más conocido como Call Super. Sin sus habituales gafas de empollón, el británico combinó deep house, acid, techno, electro y buen gusto para firmar uno de los sets de la noche y dejarnos a los pies de un Thom Yorke estelar acompañado del fiel Nigel Godrich y las excelentes proyecciones (disparadas desde el mismo escenario) de Tarik Barri. Viendo a Yorke sobre el escenario parece obvio pensar que tiene mono de actuar, pero que le da pereza toda la, excesiva, parafernalia que debe de acompañar una gira de Radiohead. Yorke escogió temas de Atom for Peace, de sus dos discos en solitario y algún inédito para presentar un set que basculó entre el rock y la electrónica, denso, arenoso, incómodo, hasta esquivo, pero honesto, en muchos momentos atravesado por el espíritu de la banda madre y tremendamente liberador para su autor que se desgañitaba triunfante en la final Default.

Seguro que al bueno de Thom le interesa lo que hace su compatriota, aunque residente en Berlín, TJ Hertz, es decir Objekt. Su set, formó un extraño díptico con el precedente de su amigo Call Super, por cierta coincidencia de estilos, más allá de las puntuales similitudes estructurales, de recursos o técnica. Objekt empezó sensual y colorista, se puso raver (y trancero) a la mitad y acabó tribal, acelerado y espástico: fue toda una demostración de las (muchas) capacidades de este joven artista. Quien ya no tiene que demostrar nada, pero que cada año se empeña en (intentar) mostrar algo nuevo es el canadiense Richie Hawtin, que con su nuevo espectáculo CLOSE (más centrado en la imagen) cerró una nueva edición, y ya van veinticinco, del festival de electrónica por excelencia.

Domingo

Pero en Sónar las cosas no se inauguran cuando suena el primer bombo ni se acaban cuando se levanta la aguja del surco. La noche del domingo se reservó para el increíble pase de Ryuichi Sakamoto y Alva Noto presentando al alimón Two, un espectáculo basado en el espacio y en la improvisación después publicar multitud de trabajos conjuntos. En el siempre mágico e incómodo recinto del Teatre Grec de Barcelona, la caída de la noche y la salida de las estrellas se alineó con la sutileza del piano preparado de Sakamoto (sobre el que el artista japonés desgranó algunas notas del Cant dels Ocells que emocionaron profundamente a la concurrencia) y la pulsión digital de un Carsten Nicolai contenido y certero en sus intervenciones que perfilaron y subrayaron en todo momento las de su compañero. Además, la música del azar de los conciertos al aire libre llenó la noche de momentos irrepetibles: los petardos del vecino empeñado en celebrar el solsticio de verano demasiado pronto ante la complicidad de los espectadores locales y el terror de los japoneses; el perro del vecino y las gaviotas pasajeras que parecían querer formar un coro que diera contrapunto a los músicos… Pequeñas y anecdóticas minucias que apenas empeñaron una gran noche que rozó lo sublime y puso un broche de muchos quilates a este vigesimoquinta edición del Sónar.

 

sonar.es

Texto: Arnau Sabaté, Javier Burgueño, Half Nelson
Foto: Rafaella Gnneco, Ariel Martini, Nerea Coll, Fernando Schlaepfer, Red Bull Music

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